Quien tiene la responsabilidad de la dirección general de una organización o la presidencia de su consejo (el CEO o el presidente) ha de adoptar desde el principio una actitud definitiva: adentrarse en la organización o encumbrarse en ella. Son palabras casi textuales tomadas de la publicación del profesor Carlos Llano titulada Decadencia y auge de la dirección general que ya cité en el post anterior.
Llano llega a calificar el encumbramiento como una patología. Una situación que tiene consecuencias para la persona y para la organización. Va en la línea de lo que decíamos en el anterior post de hallarse en el centro de la nada. Ello no es gratuito. Tiene consecuencias para el individuo y para la organización. Las organizaciones tal y como hoy se conciben -con honrosas y escasas excepciones- colaboran en el encumbramiento de aquellos que tienen la máxima responsabilidad.
Ese encumbramiento según el profesor Llano es difícil de identificar, pero hay métodos de diagnóstico basados en los síntomas. Según él, algunos síntomas claros son: distancia entre el puesto que ocupa la persona de máxima responsabilidad y el resto de la organización. A medida que se asciende por la organización a uno se le puede subir la posición a la cabeza y pasar a considerase un líder elevado y omnipotente. El segundo síntoma, estrechamente relacionado con el anterior, es negarse a reconocer ningún error y rodearse para ello de aduladores y así hasta ocho síntomas que se pueden encontrar en la publicación Decadencia y auge de la dirección general.
Cuando por el contrario la persona de máxima responsabilidad opta por el adentramiento en lugar de hacerlo por el encumbramiento, vemos una figura opuesta a la de aquel personaje tocado por el narcisismo que todos conocemos. El buen director general es una persona que tiene por oficio saber hacer bien estas tres cosas: Fijar la dirección por la que debe discurrir el futuro de la empresa (siempre en contacto con el consejo de administración); ayudar a sus subordinados a entender esa estrategia y conseguir que la sigan. ¡Ah! y no olvidar que algún día alguien le tendrá que sustituir en esos cometidos. Por lo que se refiere a la organización, es suya y de nadie más la tarea de mantener el entusiasmo en la organización. Para eso necesitará tener ciertas dotes como comunicador (que no necesariamente tiene por qué significar personaje mediático). Una estrategia brillante mal comunicada no servirá para nada, mientras que una estrategia normal -que quizás algunos calificarían de mediocre- bien comunicada a un equipo capaz de entusiasmarse es caballo ganador.
Así pues, a lo de siempre: actuar con sencillez y respetar a todas y cada una de las personas, aunque algunas veces nos lleven la contraria. Es bueno, créanme.