En los inicios de la aventura empresarial, la gestión del riesgo es algo consustancial con el empresario fundador. Cada persona, seamos o no empresarios, tenemos nuestro nivel de aversión al riesgo y si creéis que no, analizad donde tenéis vuestros ahorros y lo veréis claro. Hay personas que prefieren los depósitos bancarios, otros compran acciones, otras obligaciones, otros fondos de inversión formados por activos de deuda gubernamental o por bonos de empresas, otros en fondos de renta variable, otros en fondos de private equity, y muy pocos se atreven a invertir directamente en una empresa incipiente.
El emprendedor es por naturaleza una persona que donde los demás ven riesgos, él o ella ve oportunidades. Siempre he pensado que ello se debe a que tienen una capacidad natural de gestión del riesgo, superior a otras personas. No es que no vean los riesgos, pero confían en que sabrán cómo mitigarlos si aquellos llegan a materializarse.
Hay una extensa bibliografía donde se explican casos de éxito al respecto.
Sin embargo, cuando el proyecto se convierte en una empresa de cierto tamaño y especialmente cuando el empresario ha de pasar el testigo a la siguiente generación, la cosa es mucho menos clara. El espíritu emprendedor se puede aprender en casa, pero hay un mínimo de cualidades innatas.
Como no necesariamente esa capacidad se transmite por herencia, no es genética, es prudente establecer a tiempo un foro de reflexión donde se analicen con rigor los riesgos a los que se expone la empresa.
Ese órgano debe ser el consejo de administración. En la idea que exponemos en el libro Génesis del consejo, las empresas exitosas y sostenibles lo son porque han sabido separar a tiempo tres procesos:
El proceso patrimonial que corresponde a los accionistas propietarios.
El proceso empresarial que corresponde al consejo de administración.
El proceso de dirección que deben ejercerlo el director general y el comité de dirección.
Vamos a centrar este post en el consejo de administración y la gestión del riesgo.
Un consejo de administración está continuamente ante la disyuntiva de velar por la proyección de la empresa a largo plazo y, a su vez, asegurar su continuidad. Lo primero implica renovarse, y por lo tanto asumir riesgos. Lo segundo significa tener controlado el riesgo para no exponer la empresa a peligros innecesarios.
Esto, que en la cabeza del empresario fundador es un proceso natural, que tiende al equilibrio de forma casi automática, cuando se convierte en un proceso en el que han de participar varias personas, con distintos backgrounds y distintos puntos de vista, puede devenir en una compleja tarea.
Le extensión del post no me permite entrar en un desarrollo más extenso de esta idea, pero me comprometo a desarrollarlo en el siguiente post a publicar.
¡Feliz año 2025 a todos!