Empresario: la hora de la verdad

Cuando el empresario crea su empresa, su principal propósito es la subsistencia. Algunas fuentes afirman que sólo una de cada seis empresas alcanza los treinta años. Llegado ese momento el empresario ya no debería pensar tanto en la subsistencia en términos de competitividad (alguna ventaja competitiva habrá sabido crear si ha durado 30 años) sino en qué estructura de gobierno le va a dar a esa empresa para asegurar su sostenibilidad.

Si el empresario ha pensado en dejar esa empresa como un legado a la siguiente generación de su familia, debería ocuparse en atender qué tipo de atributos y cualidades debe tener esa familia, en su rol de familia propietaria, para que ello sea posible.

La familia empresaria ideal no es simplemente un grupo de personas unidas por lazos de sangre que gestionan un negocio; es una comunidad intergeneracional cohesionada que actúa con propósito, respeto mutuo y visión compartida. Este modelo de familia se construye sobre una base sólida de valores, estructuras claras y una comprensión profunda de su legado, visión y misión común.

El profesor Miguel Ángel Gallo, titular de la Cátedra de empresa familiar del IESE entre 1987 y 2002, solía decir que las bases de una familia empresaria son la unidad y el compromiso.

Unidad no significa uniformidad, significa tener la capacidad de mantener la cohesión familiar sin imponer una homogeneidad forzada. Cada miembro aporta su singularidad, sus talentos y perspectivas, y la diversidad es vista como una fortaleza, no como una amenaza. Esta diversidad con cohesión fomenta un entorno en el que las diferencias enriquecen el proyecto familiar, siempre dentro de un marco de respeto y compromiso compartido.

El compromiso con el proyecto común es el otro elemento esencial. No basta con que los miembros de la familia conozcan el negocio; deben sentirse emocional e intelectualmente vinculados a él. Una cosa es heredar acciones y otra sentirse propietario. Hay que cultivar una unidad familiar orientada hacia el legado, es decir, con una visión a largo plazo que trasciende generaciones y que da sentido a las decisiones presentes. El legado no sólo se hereda, se construye colectivamente cada día. Para ello, una cultura de diálogo y respeto es indispensable. La familia empresaria ideal cultiva espacios de escucha activa, donde se privilegia la comunicación abierta, sincera y constructiva. El respeto mutuo y la comunicación abierta reducen tensiones, previenen conflictos y permiten gestionar los inevitables desacuerdos con madurez y empatía.

Todo lo anterior debe ir soportado en los valores. Desde las etapas más tempranas, hay que promover una educación en valores. No se trata sólo de tener las habilidades empresariales necesarias para la competitividad del negocio, sino tener también principios éticos, responsabilidad social y compromiso con el bien común. La transmisión de valores desde jóvenes asegura la continuidad del espíritu familiar más allá de las generaciones.

Y como ya he dicho al principio, unos principios y una estructura de gobierno tanto empresarial como familiar que hagan fácil promover todo lo anterior.

Todo ello ayudará a construir un modelo de familia empresaria resiliente, consciente de su rol social y económico, con capacidad de evolucionar con el tiempo sin perder la esencia del empresario fundador.