Las empresas familiares son la columna vertebral de la economía mundial. La propiedad familiar es la más extendida en el tejido empresarial internacional, y en España se calcula que casi 9 de cada 10 empresas son de propiedad familiar, según el Instituto de Empresa Familiar.
En todas las economías, la mayoría de empresas son de tamaño pequeño o mediano, independientemente del tipo de propiedad. Abundan las PYMES, pero también hay grandes empresas familiares, por tamaño y volumen de negocio, como Wal-Mart, Mercadona, Inditex, Toyota, Fiat, Ford, Tata Group o Hachette.
Estos son datos actuales pero, ¿qué papel ha tenido históricamente la empresa familiar en la economía? Cuando preparábamos el libro 100 familias que cambiaron el mundo, nos dimos cuenta de que el gran cambio en la economía llegó con la Primera Revolución Industrial, en el siglo XVIII. Gran Bretaña fue el epicentro de esta transformación y las empresas familiares, las que impulsaron esta primera revolución industrial.
Dicen los historiadores que por aquel entonces en la financiación de las compañías se daba una confusión palpable entre patrimonio familiar y empresarial. Muchos créditos se conseguían a través del sistema denominado Friends & Family (familia y amigos), del que hoy también se habla mucho en el ámbito de los nuevos emprendedores.
Tras esta primera oleada industrializadora, llegó la Segunda Revolución Industrial, ya en el siglo XIX. Apareció entonces un nuevo concepto de empresa, de mayor tamaño, propiedad dispersa y gestión profesional. Estas “empresas modernas”, como las bautizó el historiador Alfred Chandler, se dotaron de una jerarquía administrativa que se convirtió en fuente de estabilidad, de poder y de desarrollo.
¿Cuál fue el gran cambio? Pues que, gracias a estos sistemas, la pervivencia de las empresas ya no dependía únicamente de la de los fundadores. Las jerarquías tenían una permanencia superior a la de las personas que habían creado la empresa. En este contexto, apareció la profesión de dirección de empresas y la figura de los gestores profesionales, y se redefinió la relación entre propiedad y gestión.
Muchos académicos empezaron a considerar a la empresa familiar como una estructura residual del pasado, superada en la economía moderna por las grandes corporaciones de gestión profesional. Se construyeron así una serie de tópicos sobre estas empresas que reforzaban la percepción negativa de este tipo de propiedad. Sin embargo, como ya he comentado en el post anterior, a partir de los inicios de la década de 1980, una suma de acontecimientos modificaron esta percepción errónea de la empresa familiar.
El intenso estudio llevado a cabo en diversos países ha devuelto a estas empresas al sitio que merecen. Es cierto que la empresa familiar fue la protagonista de la primera oleada industrializadora y que después, a finales del siglo XIX, surgió una forma empresarial, no familiar. Pero ninguno de estos supuestos implica, necesariamente, que la empresa familiar sea una forma de organización obsoleta ni una etapa a superar en el camino del crecimiento económico.
En términos cuantitativos, la relevancia de la empresa familiar como institución queda patente al repasar las cifras actuales de su peso en el tejido empresarial a nivel mundial, datos con los que iniciaba este post.
Afortunadamente, en las últimas décadas, la figura de la empresa familiar se ha revalorizado y tanto académicos como consultores resaltan hoy las potenciales ventajas competitivas que tiene este modelo de propiedad, aunque las empresas familiares siguen reivindicando su papel protagonista en este desarrollo económico.