Decía en este post que las huellas dejan a las personas mejor o peor preparadas para el futuro, tanto en lo profesional como en lo personal. Las huellas son fruto de un proceso de aprendizaje que se produce cuando las personas que intervienen en las actividades de la empresa interactúan entre sí. El resultado de este proceso puede ser positivo o negativo, pero es inevitable: toda empresa y todo directivo deja huellas en los demás quiera o no.
Teniendo esto en cuenta, el profesor Rafael Andreu propone en el libro Huellas. Construyendo valor desde la empresa (Edicions Dau) que la dirección tome la iniciativa y tenga en cuenta las huellas a la hora de diseñar las carreras profesionales de los empleados. El autor añade así una nueva dimensión a las responsabilidades directivas: la gestión de las huellas que inevitablemente se generarán al relacionarse e interactuar con los colaboradores.
Estas interacciones pueden darse en el plano más operativo donde la relación interpersonal es menor, como, por ejemplo, cuando el empleado adquiere nuevas destrezas en el manejo de una aplicación informática o una nueva tecnología. Ahí las huellas, positivas o negativas, derivadas del aprendizaje tendrán menor impacto en las personas que las que experimentan si nos referimos al plano de capacidades, en cuyo desarrollo a través de las actividades profesionales pueden dejar huellas más profundas.
¿Qué elementos de la persona intervienen en la formación de huellas? En primer lugar, las convicciones, que guían las percepciones y la interpretación del entorno y de los demás. En segundo lugar, las capacidades, que hacen referencia al potencial de aprendizaje y a las habilidades operativas, que pueden aprenderse, perfeccionarse o deteriorarse como resultado de las interacciones.
Sabiendo las huellas que generan sus decisiones, los directivos deberían ser prudentes a la hora de tomar sus decisiones. Prudencia entendida como la cautela, la moderación, la sensatez y el buen juicio, según el Diccionario de la Real Academia Española. No es la primera vez que hablo de la prudencia en este blog, pues es uno de los rasgos distintivos de las empresas familiares, como apuntan diversas investigaciones, entre ellas nuestro estudio sobre “Los valores y la comunicación en la empresa familiar”.
En la empresa familiar, prudencia significa no tomar riesgos innecesarios, centrarse en lo que se conoce, definir los objetivos pensando en el legado y no solo en los resultados a corto plazo.
Volviendo a las huellas, el directivo debe entender que éstas van mucho más allá de lo económico y tienen mucho que ver con lo emocional y lo personal, que juega un papel esencial también en el terreno profesional. Por supuesto, no está en mano del directivo impedir la creación de todas las huellas negativas posibles, pero sí de reducir el impacto negativo de aquellas en las que interviene. La generación de huellas no debería paralizar al directivo sino animarle a realizar una gestión más consciente, ética y responsable.