Terminaba mi post anterior recomendando al empresario que procure ser prudente y trate de enseñar esa virtud a sus herederos. La cuestión reside en cómo se puede enseñar la virtud de la prudencia. Las virtudes se pueden perfeccionar, pero al igual que los valores, no se enseñan: se contagian.
Aporto en este post algunos aforismos que he sacado del libro El arte de la prudencia, de Baltasar Gracián.
He extraído algunos de los aforismos que forman el libro con el ánimo de que puedan ayudar a aquellos que quieran iniciarse en el ejercicio de tal virtud, en el proceloso mundo de la empresa y en la vida en general (mantengo el número del aforismo por si el lector lo quiere localizar en el libro):
6 Estar en el culmen de la perfección. No se nace hecho. Cada día uno se va perfeccionando en lo personal y en lo laboral, hasta llegar al punto más alto, a la plenitud de cualidades, a la eminencia. Esto se conoce en lo elevado del gusto, en la pureza de la inteligencia, en lo maduro del juicio, en la limpieza de la voluntad. Algunos nunca llegan a ser cabales, siempre les falta algo; otros tardan en hacerse. El hombre consumado, sabio en dichos, cuerdo en hechos, es admitido, e incluso deseado, en el grupo singular de los discretos.
11 Tratar con quien se pueda aprender. El trato amigable debe ser una escuela de erudición, y la conversación una enseñanza culta. Hay que hacer de los amigos, maestros, y compenetrar lo útil del aprendizaje con lo gustoso de la conversación. Debe alternarse el placer con los entendidos, pues así se disfruta lo que se dice con el aplauso con que se recibe, y se disfruta lo que se oye con la enseñanza. Habitualmente la conveniencia propia nos lleva a otra persona, y así se ennoblece. El prudente frecuenta las casas de los hombres eminentes, pues son escenarios de grandeza más que palacios de la vanidad. Hay señores reputados de prudentes que son oráculos de toda grandeza con su ejemplo y en su trato. Pero, además, el grupo de sus acompañantes es una cortesana academia de sensatez, tacto e ingenio.
295 No presumir, sino hacer. Se fingen muy ocupados los que no tienen en qué. Lo convierten todo en misterio sin ninguna gracia: son camaleones que se alimentan de aplausos, provocando mucha risa. Si la vanidad siempre causó enfado, aquí risa: las hormiguitas del honor van mendigando hechos. El sabio no debe hacer ostentación ni de sus más importantes cualidades: hay que contentarse con hacer y dejar para otros el hablar. Que haga cosas, pero que no las pregone. No hay que alquilar una pluma de oro para que escriba sucias mentiras que nadie cree. Mejor es aspirar a ser un héroe que aspirar únicamente a parecerlo.
297 Actuar siempre como si nos vieran. El prudente considera que le miran o que le mirarán. Sabe que las paredes oyen y que lo mal hecho acaba saliendo a la luz. Aunque esté solo, actúa como si todo el mundo le viera, porque sabe que todo se sabrá. Mira ya como testigos a los que, cuando se enteren, lo serán después. Quien desea que todos le vean no se preocupa de que desde fuera le puedan observar en su casa.
Por razones de extensión del post no puedo añadir mis propios comentarios, aunque me temo que poco podría añadir después de haber transcrito la versión original de Baltasar Gracián.
Espero que os resulten de alguna utilidad.