La idea central de los posts que he ido publicando las últimas semanas es que la riqueza es un concepto multidimensional, poliédrico. Hemos visto la importancia de gestionarla adecuadamente, pero lo cierto es que su gestión no es nada fácil, al tratarse de una realidad complicada y dinámica.
Todas las familias empresarias buscan el éxito a la hora de preservar su riqueza, pero no todas lo consiguen.
Para gestionar adecuadamente su riqueza, lo primero que debe hacer la familia empresaria es definir los valores que comparten sus miembros porque, sin valores, la riqueza es solo dinero. Los valores son los que guían las acciones y decisiones de la familia, y son un elemento fundamental para fijar las prioridades en la gestión del patrimonio: ¿la familia busca el lucro inmediato o tiene la vista puesta en el largo plazo?, ¿qué tipo de beneficios espera conseguir con la gestión de sus activos?
Como explica Stuart E. Lucas en su libro Gestión de patrimonios, los miembros de la familia no son propietarios de su riqueza, sino administradores. Que los familiares tengan clara la diferencia que existe entre custodia y propiedad es otro aspecto crítico en el éxito de la preservación de la riqueza. No se gestiona de igual modo algo que crees tuyo que algo que sabes que solo estás custodiando y que legarás a la siguiente generación.
La responsabilidad y la rendición de cuentas son dos factores clave en la gestión de la riqueza. “Cada generación de la familia tiene que ser una primera generación, una generación creadora de riqueza”, explica James E. Hughes en La riqueza de la familia empresaria. De hecho, cuando pensamos en gestión de patrimonio, no deberíamos hacerlo con la vista puesta en años, sino en generaciones.
Aunque quizá el mayor reto en este proceso dinámico que es la preservación de la riqueza sea que la familia logre permanecer unida. ¡Cuántas familias se han roto por culpa del dinero! Centrarse solo en el capital financiero es uno de los grandes errores que suele cometerse a la hora de gestionar la riqueza. Al pensar en términos cuantitativos se descuidan los cualitativos, como el capital humano, el capital intelectual, y el resto de dimensiones que hemos visto en los últimos posts.
No alcanzar a ver, y por tanto no gestionar, las amenazas tanto internas como externas que supone la gestión de patrimonio es otro de los errores clásicos en la preservación de la riqueza. Pensamientos como: “a nuestra familia no le pasará” o “nosotros estamos unidos y ni todo el dinero del mundo nos puede separar”, solo pueden tener consecuencias negativas, porque ciegan e impiden prepararse para afrontar las dificultades que puedan surgir.
Otra creencia peligrosa y también muy extendida es esa de: “quién va a gestionar nuestro patrimonio mejor que nosotros mismos”. Preservar la riqueza no es un trabajo fácil y por eso lo más recomendable es contar con el asesoramiento de profesionales, no solo porque tendrán los conocimientos técnicos necesarios, sino porque además aportarán objetividad. Pasión y riqueza nunca se han llevado bien.