Una de las ventajas que tienen las empresas familiares es la cercanía de la propiedad con la empresa. La familia propietaria es el elemento cohesionador que aglutina a todos los empleados alrededor de un proyecto común. A su vez es la responsable de impulsar una filosofía que añade valor a los clientes, humaniza la empresa y la acerca al consumidor.
Hoy en día, podemos ver como las empresas usan el hecho de ser una empresa familiar como “sello de calidad” o “marca de calidad”. Pero no basta con solamente decir que una empresa está comprometida con la calidad.
Para garantizar la calidad de un producto, existen normas o pautas que funcionan como reglas a seguir. Entre las más comunes están la International Standard Organization (ISO), que define la calidad como: «el conjunto de características de una entidad que le confieren la aptitud para satisfacer las necesidades establecidas o implícitas» y la American Society for Quality Control (ASQC), que define la calidad como: «el conjunto de funciones y características de un producto, proceso o servicio que le confieren la capacidad necesaria para satisfacer las necesidades de un determinado usuario».
Estos son los dos de los principales estándares para medir los niveles de calidad en el ámbito de la empresa, donde esta característica está frecuentemente ligada a los parámetros cuantitativos de los productos y servicios que se ofrecen.
Pero hay un parámetro que se escapa de los gráficos y a los números. Es la calidad humana.
La implementación de la cultura de calidad obliga a desarrollar estilos de liderazgo que la transmita como un valor integro de toda la organización. Esto pide una mayor implicación de la familia y su compromiso con los objetivos de la empresa.
Las empresas familiares exitosas cuidan mucho estos detalles y desarrollan mecanismos de comunicación que informan a todos los accionistas acerca de los nuevos productos que serán lanzados. De este modo mantienen su compromiso y la implicación. En las grandes empresas no familiares esta práctica es mucho menos frecuente, debido a la dispersión del capital y la heterogeneidad de la propiedad.
No es de extrañar pues que la calidad sea uno de los principales valores que comparten las grandes empresas familiares. Saben que la calidad es aquello que sobre todo notamos cuando no está y que para conseguirla ha de haber un equipo humano comprometido e implicado.
Cuando nos asomamos al mundo de las empresas familiares aparecen ejemplos en todos los países que refuerzan las ideas expuestas. Sirvan como muestra ejemplos como Míele, Taittinger, Hermès, Clark, Campbell y muchos más.
Una empresa no es una mera suma de individuos y productos que la componen, sino el resultado de relaciones entre ellos y sobre todo, el resultado de la calidad humana que se genera en el contexto de la organización y esto último va muy ligado a los valores de la propiedad.