Recientemente leí un artículo que hacía mención de un estudio llevado a cabo por Huaitang Wang y Takahiko Masuda (Universidad de Alberta, Canadá) y Keiko Ishii (Universidad de Hokkaido, Japón). Durante varios años los investigadores habían ido realizando numerosos experimentos en el ámbito de la percepción, observando la percepción que tenían grupos de occidentales y orientales acerca de distintos conceptos.
En uno de los experimentos realizados, grupos de ciudadanos estadounidenses y japoneses se sometieron a distintas pruebas y en una de ellas tenían que fijarse en la expresión de una persona sonriente, rodeada de un grupo de personas con semblante serio. Para los norteamericanos era evidente que la persona estaba feliz, sin embargo los japoneses decían que no lo era porque todos a su alrededor estaban tristes y por lo tanto él tampoco podría estar feliz.
Según los autores el resultado obtenido demostraba que los asiáticos dedicaban más tiempo a examinar las figuras del fondo que los norteamericanos. Las conclusiones indicaban que en EEUU, cuando los individuos tratan de ver lo que siente esta persona, se centran en la expresión de la cara de esa persona, mientras que los japoneses están más pendientes de lo que siente cada uno en el grupo.
En el fondo de las diferencias en la percepción detectadas, están los valores. Los valores impulsan y orientan nuestros intereses y la forma de ver el mundo que nos rodea.
En el caso de las empresas familiares sucede lo mismo. Los valores que imprime la familia propietaria a la gestión de la empresa determinan la dirección y las decisiones que se van tomando de modo que los valores constituyen una fuerte ventaja competitiva de las grandes empresas familiares.
Esto se debe principalmente a que su modo de hacer se fundamenta en valores como la generosidad, la humildad, la comunicación, el servicio, la calidad, la excelencia, la creatividad y el espíritu emprendedor, que se desarrollan y enriquecen de generación en generación.
Estos valores orientan y guían la percepción que la familia empresaria tiene del mundo que les rodea y en el cual opera su empresa. Por ello en los próximos posts dedicaré un espacio a cada uno de los valores antes mencionados y empezaré por la generosidad.
Excelente comparación, los valores de la familia empresaria son los que se transmiten de una manera tan fuerte que se puede diferenciar incluso en familias ensambladas, las actitudes y las tendencias, la posibilidad de pensar en los otros como base del espíritu de Kant que traduce tomar a los otros como fines y no como medios. Pero también nos ha pasado algo muy novedoso, familias empresarias que en su ánimo de mejorar y fomentar uniones y tradiciones se han planteado «valores a cultivar». En los procesos este es uno de los temas que trabajamos más con las familias, dado que luego se proyectan en forma de lluvia en todos los acuerdos y cuando logran cultivarlos se unen más y su vez logran esta visión de que juntos pueden más, sobre la base del respeto a cada espacio y cada individuo- Gracias!
Estimada Cristina,
Gracias por compartir tu interesante reflexión. Los valores no son inmutables. Solo los valores nobles son inmutables, los demás se adaptan según la familia vaya creciendo y avanzando en las transiciones generacionales.
Sin embargo preservar fuertes los valores universalmente reconocidos como nobles es una fuerte ventaja que ayuda a llevar a cabo los procesos que favorecen la continuidad empresarial, patrimonial y sobre todo familiar.
Saludos,
Josep