Recientemente recibí una llamada de una empresaria familiar que estaba muy preocupada por el conflicto, en sus palabras “insoportable”, que amenazaba la continuidad de la empresa familiar. Desde que su padre falleció, hace ya algunos años, la relación con la otra rama familiar se volvió muy complicada.
Ella es la única de sus tres hermanos que trabaja en la empresa que ,según comentó, económicamente iba bien aunque “no para tirar cohetes”, pero repartía dividendos todos los años, que ya es mucho en los tiempos que corren. Junto a su madre, ella y sus hermanos poseen el 50% de las acciones. El restante 50% está en manos de la familia de su tío, el hermano de su padre, quien está retirado, pero a sus setenta y tantos años “sigue allí”, decía la mujer.
Me comentó que ella y sus hermanos estaban apartados de los procesos de toma de decisiones y quedaron al margen de los asuntos relacionados con la dirección de la empresa. Pero desde el fallecimiento de su padre empezaron a interesarse más y ahí es donde empezaron a surgir los primeros problemas. Según decía, la familia de su tío interpretó elementos de desconfianza en su repentino interés y empezaron a surgir peleas a raíz de ello. Desde entonces las discrepancias habían ido en aumento hasta convertirse ya en un conflicto abierto y tormentoso para toda la familia.
A los ojos de la otra rama, la petición de conocer con más detalle las inversiones que se van haciendo y las previsiones esperadas, se interpretó como falta de confianza.
El tono de voz de la señora reflejaba mucha angustia y preocupación. Pedía consejo porque la situación se ha vuelto insoportable e incluso estaban analizando la posibilidad de emprender vías legales para asegurar sus derechos.
Le aconsejé en primer lugar mucha calma y que antes de emprender acciones legales pensaran en otras vías que puedan abrir los puentes de diálogo, porque existe una historia común que, al menos, merece el esfuerzo de intentar resolverlo dialogando.
Acordarse de que tienen una historia común es realmente importante en este caso y en casos parecidos, porque una empresa igual que la familia nadie la puede construir solo. En su caso eran dos hermanos que evidentemente tuvieron cierto éxito y construyeron una empresa que aportaba a toda la familia un buen nivel de vida. Pero una vez más fueron ellos, los hermanos, los que lo lograron y sus hijos, por el respeto hacia este legado, deberían esforzarse para, al menos, intentar acercar sus posturas y a ser posible resolver las diferencias.
Si no es posible, separarse como socios es una opción completamente legítima, pero de hacerlo hay que hacerlo con la cabeza fría y desde la lógica empresarial. De lo contrario la familia sufrirá daños mayores.
Las empresas se constituyen con mucha más facilidad que las familias. Pero también es cierto que para convertir un proyecto emprendedor en una empresa exitosa se requiere mucho tiempo, sacrificio y esfuerzo. Lo que no nos podemos permitir, en el caso de que decidamos tener una empresa familiar, es olvidarnos de la familia mientras lo vayamos haciendo.Se me ocurren al menos dos razones:
- No tiene sentido que una familia sufra por causa de un negocio.
- La familia propietaria es un activo muy importante para la competitividad de la propia empresa.
Comparto plenamente la opinión del Prof. Tàpies. Nos preocupamos mucho del ámbito de la dirección y propiedad, y a veces dejamos de lado el de la familia, que forman los tres circulos de la empresa familiar.
Y la familia incide directamente en los dos anteriores. El consejo y el asesoramiento siempre es bienvenido, pero cuando ya ha estallado el conflicto y la comunicación se ha deteriorado, no siempre cada uno por si solo está en disposición de afrontar la situación.
En esta caso la intervención de un mediador profesional permite facilitar el dialogo, siempre necesario para la resolución del conflicto. Reestablecer la estabilidad familiar permitirá mantener ese activo tan importante para la competitividad de la empresa, tal como concluye el Prof. Tàpies.
Manel Canyameres