En un post anterior hablábamos del aterrizaje de la persona que tiene que hacerse cargo de liderar la empresa en el futuro y recomendábamos la delegación como mejor fórmula de permitir un buen aterrizaje al siguiente.
Si cuando correspondía hacerlo el fundador se esforzó por delegar adecuadamente directivos funcionales, ahora que ha llegado el siguiente le costará menos incorporar novedades en la forma de dirigir.
Creer en la delegación implica no atosigar ni controlar el día a día. Pero de algún modo hay que crear un sentido rendición de cuentas a todos los niveles. Esa práctica permitirá advertir al sucesor de lo que no hace bien. Para todo directivo, es un deber corregir los errores de sus colaboradores, y a su vez todo directivo tiene derecho a ser corregido. Sin retroalimentación no hay posibilidad de mejora.Pero cuando el juego es entre padre e hijo esa retroalimentación es complicada.
Las vivencias son distintas y la imaginación contribuye a deformar los sucesos, a veces mezclándolos con experiencias anteriores no necesariamente relacionadas. Si a eso se junta un cierto apasionamiento, el resultado es que sin darse cuenta cada uno acaba distorsionando la realidad más próxima. No se puede ver al hijo que ya ha sobrepasado los treinta años y tiene una sólida formación como aquel niño que un día echó el secador de pelo funcionando al interior de una bañera llena de agua.
Corregir no es dejarse llevar por prontos ni tampoco extraer conclusiones generales basándose en anécdotas aisladas. Si al jefe le llega una queja o tiene noticias sobre un mal comportamiento de un colaborador (sea o no hijo suyo), lo primero que debe hacer es preguntar al afectado y escuchar su versión de los hechos. Ante un mismo acontecimiento presenciado o protagonizado por varias personas, cada uno tiene su propia percepción de la realidad.Las vivencias son distintas y la imaginación contribuye a deformar los sucesos, a veces mezclándolos con experiencias anteriores no necesariamente relacionadas. Si a eso se junta un cierto apasionamiento, el resultado es que sin darse cuenta cada uno acaba distorsionando la realidad más próxima.
Y es que esa realidad la vemos según el color del cristal a través del cual miramos la vida. Ese cristal se llama personalidad. Es obvio que vendría saber de qué color es nuestro cristal y sin embargo solemos hacer muy pocos esfuerzos para poner en práctica la famosa frase que se podía leer en el oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo»
Es bien cierto que la reflexión final es inspiradora.
La personalidad es la clave.
La reflexión con la que cierra el artículo verdaderamente es inspiradora. Nada más cierto para llevar una buena estrategia empresarial que conocerse a uno mismo, saber la personalidad de cada uno de los trabajadores (y más si es en familia) para poder unirse y conseguir los objetivos de empresa marcados.