“La principal motivación de nuestra empresa no es el dinero, sino el sentido de orgullo y realización que proviene de hacer el trabajo realmente bien”. Estas palabras de J. Willard Marriott, hijo, conocido como “Bill”, bien podría haberlas pronunciado su padre.
En el Informe Anual de la empresa de 1988, J. W. “Bill” Marriott explicaba que cuidando espléndidamente de los empleados y dando a los clientes un valor extraordinario al tratarlos como huéspedes, “el resultado natural serán beneficios atractivos para los accionistas”. Unas declaraciones que están muy alineadas con el legado de su padre, al que me refería en el post anterior.
El fundador de los hoteles Marriott preparó cuidadosamente a su hijo como sucesor, no solo en los asuntos relacionados con la gestión de la empresa, sino también en cómo mantener vivos sus ideales. Explican James C. Collins y Jerry I. Porras en Empresas que perduran (Paidós) que el fundador se preocupó de institucionalizar su forma de entender la compañía para que continuara viva mucho después de su muerte. Para lograrlo, además de preparar la sucesión, creó programas de formación para todos los empleados, con el objetivo de transmitir su filosofía y sus valores: los empleados son el número 1 y los clientes son huéspedes.
Resulta curioso recordar que cuando llegó el momento de que J.W. “Bill” pasara el testigo a la siguiente generación optó por contratar talento externo en lugar de delegar en su hijo John, también muy vinculado a la empresa. Pero ese no es el tema que nos ocupa ahora. Ya expliqué en otro post las razones que le movieron a tomar esa decisión.
La mayoría de empresas visionarias y exitosas tiene unos valores claros en los que cree firmemente. Esos valores son propios de cada persona y de cada empresa como conjunto de personas, pues no existen valores correctos e incorrectos, si no es a la luz de nuestras propias creencias. Lo importante es que cada compañía sepa definir sus valores, esos con los que se identifica y que guían su camino.
Aunque es cierto que no existen los “valores correctos”, como explican los autores anteriormente citados, hay cinco valores que son muy comunes en todas las empresas familiares, según un estudio del profesor Miguel Á. Gallo, primer titular de la Cátedra de Empresa Familiar del IESE, y la investigadora Kristin Cappuyns. Son los valores conocidos como ELISA, acrónimo de Excelencia, Laboriosidad, Iniciativa, Simplicidad y Austeridad.
Años más tarde, una investigación que realizamos con Lucía Ceja y Remei Agulles concluía que integridad, respeto y enfoque al cliente son los tres valores más citados por las empresas en sus declaraciones de principios, tanto en las familiares como en las no familiares. Otros valores relacionados con el comportamiento, como la generosidad, la humildad, el respeto, la transparencia, la creatividad y el espíritu emprendedor, son más comunes en las empresas familiares.
Ese estudio, que analizaba los valores de las 100 empresas más grandes del mundo de propiedad familiar y las 100 más grandes del mundo de propiedad no familiar, también revelaba que los valores de las empresas familiares se caracterizan por tener una perspectiva a largo plazo y definirse pensando en las futuras generaciones. Cuando se viven de verdad, los valores impregnan cada aspecto de la empresa familiar, constituyen la esencia de su cultura empresarial y son una fuente de ventaja competitiva sostenible. Así que trabajar para identificar los valores de la empresa siempre resulta merece la pena.