La semana pasada comentamos la sucesión de Bill Marriot en el grupo hotelero que lleva su nombre. La no elección John Marriott seguramente fue la mejor decisión pensando en el futuro de la empresa que en el ejercicio 2012 facturó mil cuatrocientos millones de dólares y emplea 325,000 personas en 27 países.
Pero ¿cómo estarían las cosas en la casa de los Marriott?
A buen seguro Bill tuvo que hablar con su hijo John como padre, y no solo como presidente del grupo y probablemente los únicos testigos de la conversación serán ellos dos.
Recuerdo que hace ya bastantes años, la noticia se dio en la fusión de dos grandes empresas también norteamericanas, esta vez del sector del media & entertaiment. Fue otro padre con mucho empuje, quien en medio de las negociaciones sobre la fusión, al preguntarle su hijo por cómo se verían afectados los empleos de la empresa , respondió a su hijo de la siguiente forma: “You’re toast”, le contestó el hombre durante la comida familiar, probablemente llevando aún el sombrero de presidente del grupo.
Aunque la noticia en su día, al tratarse de un magnate mediático, recorrió las noticias de todo el mundo he de expresar mis reservas sobre su exactitud, puesto que no tengo noticias acerca de si los propios protagonistas lo llegaron a comentar en público alguna vez. El hecho es que el hijo efectivamente no entró a formar parte del comité ejecutivo de la nueva empresa.
Y es que el doble oficio de padre y empresario es difícil de llevar bien, pues se contraponen dos criterios difíciles de gestionar al unísono: el amor y la meritocracia.
Dícese que el amor es ciego y esta ceguera impide ser objetivo a la hora de observar si los hijos son las personas mas capacitadas para dirigir la empresa familiar.
Por otra parte exigir meritocracia en el entorno de la familia es tarea harto complicada, pues en esa sede se quiere a cada uno por quién es y no por lo qué es.
No en vano decía mi querido amigo el profesor Miguel Angel Gallo que en la confusión de los lazos de afecto con los lazos contractuales reside una de la trampas profundas de la empresa familiar como a mi amigo y colega le gustaba denominarlas.
(Autores de la viñeta: Boris Matijas / Ignacio Yunis)
El amor es ciego y es verdad, pero el padre debe ser consciente antes de poner a su hijo a manejar un negocio, digo esto porque debe estar atento a las cualidades y condiciones que tiene su hijo, porque puede que si el hijo maneja la empresa sea exitoso, como puede que la haga quebrar, pero a todos nos cuesta la experiencia? o a ustedes no les costo?
Saludos
Debe verse también la situación desde la posición del hijo. Yo por experiencia propia se que el padre empresario quiere que sus hijos sigan sus pasos, que se formen para ocupar su puesto, que cuando ocupan su lugar dirijan su empresa como ellos lo harían.
Muchas veces la personalidad de los hijos se vea alienada por satisfacer unos objetivos del padre empresario que en muchos de los casos no son nada realistas. Muchos padres empresarios no buscan un sucesor, lo que quieren es un clon que siga haciendo las cosas como ellos mismo lo hacían.
Es una postura bastante americana. El padre con la capacidad de decirle a un hijo que no es lo óptimo para la empresa. No creo que en España la dinámica sea similar.
La tendencia suele ser más bien colocar al hijo y rodear lo de profesionales que le ayuden a gestionar la empresa, o al menos a no destruirla.
Seguramente lo más inteligente es, si el hijo no tiene las capacidades suficientes pero sí la voluntad, ir dirigiendo su formación hacia el puesto que va a ocupar y formar un equipo de «apoyo».
El problema suele ser el carácter de los hijos, especialmente si el padre ha tenido mucho éxito…
No demonicemos a un hijo por haber tenido un padre exitoso…