¿Debería mi empresa familiar gestionar la comunicación? Quizá os hayáis planteado esta pregunta en más de una ocasión. La respuesta es clara e inequívoca: por supuesto.
La comunicación no es un hecho voluntario: el silencio habla tanto o más que las palabras. Tanto el silencio como la opacidad son formas de comunicar, aunque poco efectivas, pues obligan al receptor a realizar un ejercicio temerario de interpretación ante la falta de información. De hecho, el silencio es una puerta abierta a la rumorología, una actividad que resulta poco conveniente en cualquier organización, y la empresa familiar no es una excepción. Teniendo todo esto en cuenta, está claro que es mejor gestionar la comunicación activamente para convertirla en una herramienta estratégica que optar por la pasividad.
En la empresa familiar podemos distinguir tres tipos de comunicación: la comunicación intrafamiliar, la comunicación entre propiedad y empresa, y la comunicación externa a la empresa. En todos estos ámbitos se produce un intercambio continuo de información. ¿Qué podemos hacer para que el proceso comunicativo sea exitoso, independientemente del contexto en el que se produzca?
La primera condición es estar convencidos de que queremos comunicar. Muchas empresas destacan el supuesto valor estratégico de la comunicación, pero aunque lo dicen, la vía de los hechos induce a pensar que no se lo creen. Aseguran que es importante comunicar, pero luego no asignan presupuesto ni destinan recursos a hacerlo de forma profesional. Es necesario pasar de la teoría a la práctica para que la comunicación se convierta en un activo estratégico.
Además de querer comunicar, para que el proceso sea un éxito hay que estar dispuesto a ser honesto: no hay lugar para la mentira. Más allá de las connotaciones éticas y morales, mentir pone en peligro la credibilidad y fiabilidad de la organización. Si se descubre el intento de engaño, no solo se pondrán en duda las acciones de comunicación actuales, sino también las pasadas y las futuras.
El tercer requisito esencial para lograr una comunicación efectiva es estar dispuesto a escuchar. La comunicación no es un proceso unidireccional sino un camino de ida y vuelta: el emisor ha de estar dispuesto a escuchar y el receptor ha de poder convertirse en emisor, si así lo desea. Es decir, que los roles de emisión y recepción son intercambiables. No entenderlo así abocará el proceso comunicativo inexorablemente al fracaso.
Decía al principio del post que comunicar es un hecho involuntario que se produce de forma inevitable, al margen del grado de conciencia que se tenga al respecto. Sin embargo, dirigir y pilotar el proceso comunicativo sí requiere un acto de voluntariedad. Además de las premisas que acabo de apuntar, para que dicho proceso redunde en un beneficio de la empresa y sus objetivos, es conveniente planificarlo adecuadamente. Puede venir bien recurrir a los adverbios interrogativos de un conocido poema de Joseph Rudyard Kipling que he mencionado en otras ocasiones: ¿qué queremos comunicar? ¿A quién, cómo, cuándo y dónde? Y, lo más importante, ¿por qué queremos comunicar? Responderé a estas cuestiones en el próximo post.