La pregunta que da título a este post puede parecer demasiado trascendental. Es precisamente esa cuestión, ¿cómo te gustaría ser recordado?, la que el padre de Peter Drucker le planteó a su viejo amigo, el economista Joseph Schumpeter, cuando fue a visitarle en las Navidades de 1949.
Schumpeter le respondió: “Quiero ser recordado por haber sido el maestro que convirtió a media docena de estudiantes brillantes en economistas de primera línea”. Y prosiguió: “he llegado a una edad en que sé que ser recordado por libros y teorías no basta. Uno no es diferente a menos que haga diferente la vida de la gente”. Lo explica el propio Drucker, que acompañaba a su padre en esta visita, en el libro Drucker esencial (Editorial Edhasa).
El consultor austríaco dice que de esa conversación aprendió tres cosas: que uno debería preguntarse regularmente por qué hechos quiere ser recordado, que la respuesta debería cambiar a lo largo de la vida a medida que uno va madurando y que una cosa por la que vale la pena ser recordado es la diferencia que uno representa en la vida de la gente. Estoy seguro de que muchos empresarios/as familiares estarán de acuerdo con esto: al final, no importa tanto lo que has hecho como la huella que has dejado en las personas con las que te has relacionado a lo largo de la vida. Es eso lo que marca la verdadera diferencia y por lo que recordamos a los demás.
Ya lo explicábamos en este artículo sobre la importancia de que los miembros de la familia empresaria se conozcan a sí mismos y averigüen cómo encaja la empresa familiar en sus objetivos vitales: toda persona debería elegir sabiamente las cosas por las que ser recordado. Hacer esta reflexión ayuda a definir los objetivos vitales y a buscar el camino para hacerlos realidad.
La búsqueda de la excelencia nos ayudará a alcanzar los objetivos que nos propongamos, independientemente de cuáles sean. En el libro citado anteriormente, Peter Drucker cuenta que, siendo estudiante de 18 años en Hamburgo, asistió a ver la última ópera que había escrito Verdi, titulada Falstaff. Le gustó tanto que quiso saber más sobre la obra y descubrió que el compositor la había escrito con 80 años. Le sorprendió mucho que una ópera caracterizada por “la alegría, el placer por la vida y una increíble vitalidad” la hubiera compuesto alguien tan mayor.
Cuando a Verdi le preguntaron por qué escribió esa ópera a esa edad, siendo ya un compositor famoso y respetado, respondió: “Toda mi vida como músico me esforcé en busca de la perfección. Ésta siempre se me escapó. Tenía la obligación de hacer un intento más”. Drucker explica que al leer las palabras de Verdi decidió, siendo solo un joven estudiante, que se dedicara a lo que se dedicase, siempre se afanaría en buscar la perfección. Eso explicaría por qué cuando le preguntaban cuál de sus libros consideraba el mejor, el autor respondía: “El próximo”.
Aspirar a la perfección es bueno si, lejos de convertirse en fuente de frustración al ser una meta inalcanzable, anima a buscar la mejora continua y la autosuperación. Si se convierte, en definitiva, en el camino para alcanzar la mejor versión de nosotros mismos que nos permita hacer realidad esas cosas por las que deseamos ser recordados.
Y vosotros/as, ¿os habéis preguntado alguna vez cómo os gustaría que os recordaran?