Sin progreso no hay longevidad, y todas las empresas buscan perdurar en el tiempo, especialmente las de propiedad familiar. Las empresas que perduran entienden que sin cambio no hay futuro, por eso son capaces de cambiar y adaptarse manteniéndose fieles a sus ideales fundamentales. De ahí el título del post.
Dicen James C. Collins y Jerry I. Porras en Empresas que perduran (Paidós) que “una empresa visionaria preserva casi religiosamente su ideología básica”. Añaden que los valores básicos constituyen un fundamento sólido como una roca, por eso no fluctúan con las modas del momento y en algunos casos pueden permanecer intactos durante más de un siglo, como demuestran los casos descritos en 100 familias que cambiaron el mundo: las empresas familiares y la industrialización.
Ya lo decíamos en el informe “Los valores y la comunicación en la empresa familiar”: los valores son los pilares básicos de la empresa. Son “como el viento, no se ven pero se sienten”, según palabras de José Luís Simões, presidente del Grupo Simões, recogidas en el estudio.
Parafraseando a Collins y Porras, los valores son como una estrella fija en el horizonte que puede guiar durante siglos. Pero que sirvan de guía no significa que no puedan ser lo suficientemente flexibles para adaptarse a los nuevos tiempos.
Leía hace algún tiempo en un artículo de Cinco Días que Adolfo Domínguez se encuentra inmerso en la actualización de la marca para atraer a los jóvenes y a «los clientes que dejaron a la compañía». Adriana Domínguez, hija de Adolfo Domínguez y CEO de la empresa, explica en ese artículo que “la clave está en actualizar nuestro modelo”. En sus propias palabras: “lo que nos hizo triunfar en el pasado fue ser disruptivos y eso se puede volver a hacer”. Ahí radica la clave, en saber evolucionar para adaptarse a los tiempos siempre, eso sí, sin perder la esencia.
Explicaba en dos posts recientes que innovar siempre es posible, como muestran los casos de Pazo de Vilane, empresa familiar que ha conseguido innovar en el sector del huevo, y Jamones Joselito, compañía centenaria que sigue elaborando sus productos ibéricos de forma artesanal pero que invierte gran parte de sus beneficios en I+D, consciente de la importancia de ir actualizándose constantemente.
Otro buen ejemplo de innovación en un sector tradicional es Faber Castell, que logró innovar vendiendo lápices. Sin duda, la innovación y la capacidad de adaptación son dos de los rasgos que han permitido a esta empresa superar todos los escollos y dar respuesta a las necesidades del entorno y de sus clientes en cada momento de sus más de 250 años de historia.
Las empresas familiares que son longevas lo son porque han innovado, pero a la vez han sabido mantener intacto el espíritu conservador. De hecho, es precisamente ese deseo de supervivencia el que favorece y estimula la innovación, como explicábamos en el libro de 100 familias que cambiaron el mundo. Puede sonar contradictorio, pero como defiendo en mi próximo post, el adjetivo conservador no tiene porqué ser peyorativo.