Prudencia e innovación no están reñidas

Las empresas familiares más longevas son conservadoras, entendiendo por “conservadoras” que quieren conservar y preservar el legado, y sin confundir este adjetivo con el inmovilismo. Conservador no tiene porqué ser peyorativo, como apuntaba en mi último post.

Las mejores compañías son muy prudentes, en palabras de James C. Collins y Jerry I. Porras en Empresas que perduran (Paidós). Los autores añaden que las empresas visionarias pueden parecer cautelosas y conservadoras vistas desde fuera, pero en realidad no temen comprometerse con grandes metas. Si no lo hicieran, se quedarían por el camino y no lograrían sobrevivir.

“Un proceso de investigación es largo, se pueden invertir hasta diez años en un producto”, explica Marieta Jiménez, presidenta y directora general de Merck España, en una entrevista publicada en Cinco Días. Dirige desde hace un año la filial española de esta empresa química y farmacéutica, tras ocupar durante dos años en el mismo cargo en Suecia. “Somos una empresa de biotecnología de más de 350 años con un foco en la innovación”, dice. Y añade: “el largo plazo está en nuestro ADN. Además somos una empresa familiar, que se encuentra en la 13ª generación”. Sin la vista puesta en el largo plazo no hay posibilidad de perdurar ni de sobrevivir durante más de 10 generaciones.

Otro ejemplo de innovación en el sector farmacológico es Boehringer Ingelheim, caso de éxito recogido en el libro 100 familias que cambiaron el mundo. No es casualidad que tanto su visión como sus principios corporativos giren en torno a la “creación de valor a través de la innovación”, lema que acompaña a esta empresa familiar desde su creación en 1885.

Su fundador, Albert Boehringer, siempre destacó por su incansable labor de investigación, que le llevó a realizar algunos descubrimientos pioneros, como el proceso de extracción de alcaloides como la morfina y la codeína, que fue la base del primer fármaco que lanzó la empresa, el Laudanon. A principios del siglo XX, Boehringer creó su primer departamento de investigación y puso al frente al profesor Heinrich Wieland, que años después ganaría el Premio Nobel de química. Desde entonces, este departamento ha impulsado el desarrollo del negocio.

Viendo estos ejemplos, sorprende que haya quien entienda el término “conservador” como sinónimo de aversión al riesgo. ¡Nada más lejos de la realidad! Es uno de esos tópicos sobre empresa familiar que conviene desmentir. La innovación es una parte fundamental del ADN de muchas empresas familiares.

Si analizamos cualquiera de los casos que se recogen en el libro de 100 familias que cambiaron el mundo, veremos que difícilmente se puede un siglo de vida sin innovación y sin la valentía que se requiere para llevarla a cabo. Así entendido, el afán de conservación se convierte en un potente motor para innovar en las empresas familiares. Adoptar la postura contraria y optar por inmovilismo supondría una actitud suicida, desde un punto de vista empresarial.

Eso no significa que las empresas familiares no sean prudentes, como decía al principio del post. Prudencia entendida como la virtud de centrarse en lo que se conoce y no dejarse llevar por modas. Las empresas familiares son capaces de desmarcarse de las urgencias que impone el corto plazo y proyectarse hacia el largo plazo. Lejos de buscar el éxito inmediato, tienen la vista puesta en las siguientes generaciones. Las familias empresarias son prudentes porque saben que está en juego su patrimonio, pero no solo eso: también su reputación.

En resumen: acusar a la empresa familiar de inmovilista no es justo ni representativo, ¿no os parece? Ser conservador no está reñido con ser innovador, de la misma manera que ser prudente no está reñido con ser valiente.