Hace unos días salió publicada en Expansión una página completa con este titular: Mercadona valdría en bolsa 9.000 millones. Todos sabemos lo bien que se están haciendo las cosas en Mercadona y muy probablemente sería bien valorada por los expertos en una presunta salida a bolsa.
Ahora bien, mientras los propietarios no tomen la decisión de sacarla a cotizar en el mercado bursátil no habrá precio sino meras estimaciones de valor y bien conocida es la cita de Machado bien adecuada para lo que estamos tratando: todo necio confunde valor y precio.
Lo que si me llamó la atención es la forma como trataba la noticia otro periódico que decía que “la valoración más que duplica la que hace la propia cadena de supermercados, propiedad de Juan Roig y su mujer, que según un portavoz ronda los 3.100 millones.”
¿Es razonable pensar que el mercado de capitales multiplicaría por tres el valor en libros de la cadena de supermercados? Probablemente sí, dada la rentabilidad y el ritmo de crecimiento de la empresa en cuestión. Sin embargo esto se lo dejaremos a los analistas. A muchas empresas familiares les preocupa esta cuestión, pues la empresa familiar no puede ser una jaula de oro para aquellos accionistas que por alguna razón han dejado de tener interés en seguir siendo accionistas, o simplemente necesitan liquidez y quieren vender una parte de sus acciones pues no tienen el mas mínimo interés en vivir como pobres para morir ricos.
¿Cuánto vale mi empresa familiar? Es una de las preguntas muy comunes y de las más difíciles de contestar en empresas no cotizadas. Además en ella reside una de las principales fuentes de discordia entre los accionistas “activos” y “pasivos”. Aquellos que tiene responsabilidades directivas o de gestión y perciben una retribución, frente a los otros accionistas que se han de conformar con el dividendo.
Tener las acciones de una empresa familiar implica contar con unos elementos intangibles y difíciles de medir solo con parámetros técnicos. Hay una dimensión de propiedad socioemocional que no está presente en las reglas de juego del mercado de capitales.
El concepto de legado y el sentido de pertenencia son dimensiones no contempladas por la teoría financiera al uso. Si un accionista familiar no es consciente que en su entorno la propiedad va aparejada de estos dos elementos, mi recomendación sería que pensara en que quizás sería mejor que tuviera invertido su dinero en otro tipo de valores. Contando obviamente con el riesgo que supone una inversión en una empresa que cuenta con un accionariado disperso y con frecuencia sin otro tipo de vinculación que los dividendos y plusvalías que esperan percibir. Perfectamente lícito pero con unas reglas distintas a las de la empresa familiar.
Con esto no quiero decir que en una empresa familiar no se han de esperar dividendos y plusvalías. Todo lo contrario, una empresa familiar es en primer lugar una empresa. Y como bien decía un respetado profesional experto en empresas familiares: Una empresa familiar es aquella que no aguanta tres cenas de Navidad sin dividendos.
Lo que sí me gustaría dejar claro es que al valorar una empresa familiar se han de tener en cuenta otros factores que en las empresas no familiares quizá no son importantes. Las empresas familiares sobreviven gracias a sus valores, gracias a tener como unidad de tiempo una generación y gracias al capital paciente que ponen el valor en una perspectiva muy distinta de la que pueden observar en Bloomberg u otras agencias.