Continúo en este post repasando las distintas dimensiones de capital que propone Dave Specht en el libro The wealth stewaship profile.
Cuando Specht habla de capital social se refiere a las conexiones del individuo con las distintas comunidades. En muchas ocasiones, las familias empresarias vehiculan este fuerte compromiso social a través de la filantropía de manera natural, para devolver a la sociedad parte de lo que han recibido de ella. Lo hacen por convencimiento pero también porque les permite compartir un proyecto común que actúa como aglutinador de los intereses de los miembros de la familia, más allá de lo puramente económico. Los beneficios de la filantropía para la familia empresaria son numerosos, como ya he explicado en otras ocasiones.
Cuando uno se juega la reputación de su apellido en una operación mercantil está arriesgando mucho más allá del crédito que puede conceder a un determinado cliente o del plazo de pago a un proveedor. Está en juego un capital no mencionado por Specht, que es el capital reputacional. Muchas de las familias empresarias centenarias han sabido utilizar de modo muy inteligente ese capital que no se ciñe exclusivamente al ámbito mercantil.
Bajo la denominación de capital operativo, Specht engloba el conjunto de recursos que deviene de la importancia que cada persona le da al trabajo. Las familias empresarias de éxito se caracterizan por haber inculcado la cultura del esfuerzo en todos y cada uno de sus miembros. La importancia y el valor que cada persona le da al trabajo es uno de los activos más valiosos que una persona y una familia empresaria pueden poseer.
No se puede olvidar la relación que cada persona tiene con Dios sea cual sea la idea que esa persona tenga de Él. El sentido de trascendencia junto con el autoconocimiento y el autocontrol son elementos imprescindibles en la fortaleza emocional. Estos aspectos de carácter más personal son los que David Specht aglutina en el capital espiritual.
Por último, hay que hablar también del capital financiero, que da oportunidades a los distintos negocios que posee la familia y para el que conviene dotarse de mecanismos de preservación. He dejado para el final este capital porque, aunque es importante, quizá sea al que hay que dedicar menos esfuerzos. El capital financiero está en el mercado, mientras que todos los demás capitales los debe de cultivar la propia familia.
No quiero decir con ello que gestionar el capital financiero no sea importante. Lo es, pero in extremis, la gestión de este se puede subcontratar a personas o entidades ajenas a la familia, mientras que los otros tipos de capital que hemos descrito en este post y el anterior son propios y característicos de cada familia y en consecuencia indelegables.
Como hemos visto, la riqueza está formada por muchos tipos de capital y las familias empresarias deberían cuidarlos todos si quieren preservar su riqueza. No solo eso, también deberían evitar una serie de errores, que desgranaré en mi próximo post.