La caída de Ben Alí en Túnez ha puesto en apuros al Presidente francés, que intentó mantener las buenas relaciones con el dictador hasta el último momento. No es algo nuevo en la política. Nos hemos pasado siglos viendo cómo los gobiernos apoyan a regímenes corruptos o que violan los derechos humanos, por razones de «interés nacional», que suelen ser los intereses territoriales del gobierno, o de sus élites económicas y políticas.
Entiendo que el político debe tener en cuenta también los intereses del corto plazo: la política, dicen, es el arte de lo posible. Pero también se le debe pedir que tenga principios, los sostenga y actúe de acuerdo con ellos. Adlai Stevenson, que fue embajador de Estados Unidos en las Naciones Unidas, dijo una vez que a menudo es más fácil defender los principios que vivir de acuerdo con ellos.
En el mundo de los negocios es frecuente que pidamos a las empresas que cumplan determinados códigos, pero que, si consideran que no pueden o no deben hacerlo, den cuenta de ello. Sería bueno que los gobiernos nos informasen, de vez en cuando, de esas situaciones en las cuales los intereses de corto plazo han predominado sobre los principios.
Y hay que felicitar también a los que, a través de instituciones académicas, ONGs y medios de comunicación nos recuerdan periódicamente las violaciones de derechos humanos que se producen, por la inmoralidad de algunos gobiernos y por la cooperación de otros.