Un breve comentario sobre lo que nos pasa. Hace años, cuando uno pedía un crédito, el director de la sucursal bancaria estudiaba su caso, pulsaba la opinión de los vecinos, se enteraba de la vida y milagros del presunto deudor,… Y si le daban el crédito y luego tenía problemas, el director hablaba con él, se enteraba acerca de la situación, buscaban soluciones juntos,… Era el trabajo del jefe de la oficina del banco o de la caja.
Ahora, todo esto lo hace un programa de ordenador; más rápido, más impersonal, pero también menos preciso. Y si se retraso el pago del crédito, se pone en marcha un protocolo que no pasa por buscar soluciones, sino por aplicar la ley.
Traigo esto a cuenta de la política absurda de la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional de obligar a los países con dificultades a reducir drásticamente su gasto público. Tome usted a una familia con dificultades, con los padres en el paro, y oblíguele a reducir su gasto como sea,… Bien está que se aprieten el cinturón, pero, cuando llevan ya diez agujeros, ¿van a poder pagar por el hecho de hacerles apretar el número once? La respuesta es, probablemente, no.
Lo que aconseja el sentido común sugiere, entonces, probar otras soluciones. Es verdad que en los países deudores hay mucho desperdicio, pero también hace falta tiempo, imaginación, y un poco de confianza, para encontrar las soluciones adecuadas.