En un artículo de John Kay en el Financial Times de hará ya más de tres años leí una frase del novelista Michael Crichton: «si es consenso, no es ciencia; si es ciencia, no es consenso«. Kay lo recordaba a propósito de manifestaciones, que vemos con frecuencia en la prensa, acerca del «consenso» de los científicos sobre un tema. El título del artículo de Kay era revelador: «La ciencia es la búsqueda de la verdad, no del consenso». Y esto vale para todos, empezando por los economistas (tan felices hace unos años con el consenso sobre la «nueva economía» que nos prometía crecimientos ilimitados sin crisis), siguiendo por los estudiosos del clima (donde, por fin, hemos llegado al «consenso científico» acerca de lo que nos pasa), los historiadores (por fin hay un «consenso» sobre los años de la II República y el franquismo), los profetas de la diferencia de género (ahora, por fin, sabemos que la diferencia entre hombres y mujeres es un invento social y no una realidad biológica y psicológica) y otros muchos.
«El consenso, decía Kay, encuentra un camino a través de opiniones e intereses en conflicto. El consenso se consigue cuando el resultado de la discusión deja a acada uno con la sensación de que ha tenido que renunciar a bastantes cosas de las que quería. El proceso de la ciencia es muy diferente. El político consumado es un negociador, un conciliador, que es capaz de encontrar un acuerdo donde parecía no existir acuerdo alguno. El científico consumado es un ser original, un extremista, que perturba los patrones de conocimeinto establecidos. La buena ciencia implica un debate perpetuo, siempre abierto, en el que cada objeción es aireada y las disensiones se acentúan y clarifican, no se suavizan (…) La ciencia es una cuestión de evidencia, no de lo que la mayoría de los científicos piensan (…). Usar los logros de la ciencia para afirmar la autoridad de los científicos socava el proceso mismo de la ciencia».
Moralejas. 1) La ciencia no puede usarse como un arma arrojadiza para conseguir consensos políticos. 2) Acallar a los disidentes es anticientífico; y si se hace en nombre de la ciencia, aún peor. 3) Lo políticamente correcto debe ser abandonado cuanto antes en la ciencia (o sea, en la universidad).