En el Financial Times del pasado 6 de julio se publicó una carta muy interesante sobre la «culpa» de las agencias de calificación (rating) en los problemas de Grecia, Portugal y demás países afectados por la crisis de la deuda soberana. La tesis de la carta («The absurdity of regulators relying on ratings»: verla aquí) contiene, en mi opinión, una gran verdad: el problema no está en la agencia, sino en el que usa sus servicios, es decir, en el Banco Central Europeo (BCE).
La agencia evalúa si la deuda portuguesa sufre un riesgo nuevo, no contemplado hasta ahora, y lo comunica. Usted y yo hacemos el uso que queramos de esa evaluación: compramos deuda portuguesa, porque nos gusta correr riesgos, o porque vemos ahí una oportunidad de beneficios extraordinarios, o salimos corriendo de la deuda portuguesa, porque no queremos correr riesgos. El Banco Central Europeo (BCE) puede hacer el mismo uso de esa información: de hecho, estaba previsto que decidiese no admitir la deuda pública portuguesa como garantía de sus créditos. Si, a consecuencia de esto, Portugal se quedaba sin crédito, la culpa sería del BCE, no de la agencia de rating. Si el BCE establece una regla de carácter general, negando su crédito a todo deudor que tenga una calificación demasiado baja, está en su derecho de hacerlo, pero probablemente su decisión será imprudente e injusta.
Estamos aquí ante un caso más de una institución (pública o privada) que establece una norma rígida, basada en la opinión de un experto externo. Esa norma da seguridad y garantía a la institución: tiene las espaldas cubiertas por el informe del experto; si algo sale mal, le bastará mostrar el informe e invocar la norma. ¿La culpa? Del experto, dirá la institución. Pero no: la culpa es de la institución. ¿Le parecería a usted sensato que el club de fútbol de su localidad anuncie una nueva política de cancelación automática de partidos, basada en la previsión que el servicio meteorológico publique doce horas antes de la celebración del encuentro? ¿Tendría sentido echar la culpa a los meteorólogos? ¿No sería más bien a la comodidad o al conservadurismo del club?
Al final, el Banco Central Europeo fue sensato, y decidió seguir aceptando la deuda portuguesa, ahora degradada, como garantía. Lo que tendrá que hacer ahora es revisar aquella norma automática que niega la concesión de créditos a deudores con determinados ratings. Esto le complicará la vida, claro, porque ahora tendrá que decidir caso por caso. Bueno, ¿alguien dijo que dirigir un Banco Central era una tarea fácil?