Europa está en crisis. Esta frase la venimos escuchando desde hace muchos años. No es capaz, decimos, de solucionar sus graves problemas, empezando por los de la deuda soberana y del euro. Sobre esto haré tres comentarios.
- Es lógico que Europa esté en crisis, al menos cuando contemplamos la historia. En los años cincuenta del siglo veinte, salíamos de dos horribles guerras mundiales, que destrozaron el continente. Los que diseñaron la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y el Mercado Común tenían mucho que ganar y nada que perder. En términos económicos, el rendimiento marginal de cualquier medida europeísta era enorme. Ahora hemos adelantado mucho en la construcción de una Europa más unida y abierta. Lo que podemos ganar de cada nuevo intento es poco, y lo que podemos perder nos parece que es mucho. Es lógico, pues, que Europa esté en crisis, al menos con el modelo que venimos arrastrando desde hace décadas.
- Esto tiene mucho que ver con la pérdida de soberanía. Recordemos que la Unión Europea (UE) mantiene enormes cuotas de poder en los países miembros. La UE ofrece un gran mercado único, relativamente abierto y sin barreras. El crecimiento depende de cada país (salvo por los Fondos de Cohesión). La política fiscal la determinada cada país, que es dueño de fijar el nivel de gasto público que desee, más o menos socialista o más o menos liberal, y la estructura de impuestos que desee; lo único que exige la UE es un límite al déficit público y a la deuda pública (y ni siquiera ha sido capaz de exigir esto con firmeza en los últimos años). Por tanto, todo nuevo avance de europeísmo choca con las murallas de la autonomía de política económica de los países miembros. Por eso los costes de cada nuevo avance son tan grandes.
- Y, para acabar, algo de filosofía. La Europa de los años cincuenta tenía en cuenta que estaban llevando a cabo una aventura colectiva; por tanto, la idea de que el bienestar de uno dependía del de los demás estaba bastante clara (empezando por la idea de que evitar la tercera guerra mundial era algo que convenía a todos). Hoy somos mucho más individualistas; damos por supuesto que tenemos derecho a nuestro bienestar, y no nos preocupamos mucho del de los demás. ¿Los griegos, decimos? ¡Allá se las compongan! Y, claro, así es muy difícil avanzar en la construcción de un proyecto común. Porque, para empezar, no encontramos muchas mentes preclaras que estén aportando ideas a ese posible -y necesario- proyecto común.
Todo lo humano muestra su verdadero valor en tiempos de adversidad. También la UE. Quizá, en estos momentos de crisis, cuando vemos las miserias y debilidades de unos y otros (el escándalo del cuentas griegas, el mal uso de fondos en los nuevos socios del Este, el caos italiano e irlandés, la situación de España, etc.) parece razonable negarse a dar más compentencias a Bruselas. También por motivos de índole moral. La UE actual pretende imponer valores que contradicen aquellos con y para los que nació. Habrá que inventar una nueva Europa que aúne libertad y disciplina, responsabilidad y respeto a las personas. Pero eso reclama ‘reinventarnos’ cada día, uno a uno, hasta dar en lo más estrictamente personal la talla que la vida y el futuro nos reclaman. Y no es una arenga.