Cuando yo era (más) joven, me dieron un argumento importante para comportarme siempre con prudencia (o, como dicen ahora, con racionalidad práctica): ¿dispararías, me preguntaban, con una escopeta en dirección a unos arbustos, sin saber si detrás de ellos hay una persona?
Hoy en día proponemos llevar a cabo análisis de diligencia debida, es decir, un estudio de los riesgos en que incurrimos, para determinar la responsabilidad social de una empresa. Pero ese análisis puede tener dos lecturas. Una, muy frecuente hoy, es considerar los riesgos que corre mi empresa cuando lleva a cabo prácticas socialmente discutibles. En definitiva, ¿qué me pasaría a mí si disparase hacia un arbusto, detrás del cual estuviese una persona?
Me parece más serio el otro análisis: ¿qué le pasaría a la otra persona, si yo disparase? O sea, la buen diligencia debida debe considerar todos los efectos de las actuaciones de mi empresa: primero, sobre los demás, luego sobre la empresa misma.