Magnífico análisis de D. N. McCloskey (Bourgeois Dignity: Chicago, University of Chicago Press, 2010) sobre por qué el mundo fue capaz de superar la miseria en los últimos siglos. Se pueden discutir algunas de sus proposiciones, pero me parece que su tesis central debe ser destacada: el mundo cambió cuando se reconoció la dignidad y la relevancia moral de la actividad económica (llámase del burgués, como dice McCloskey, o del emprendedor, empresario, industrial, comerciante,…). Ese reconocimiento es necesario para que los mejores, o al menos algunos de los mejores, dediquen sus esfuerzos a elevar el nivel y la calidad de vida de sus conciudadanos. El crecimiento no viene sólo de la eficiencia, la división del trabajo, la tecnología o las instituciones; todo eso hace falta, pero la clave está en el reconocimiento de la dignidad de esos hombres y mujeres a los que se atribuye la libertad y la responsabilidad -e, insisto, la dignidad- de su trabajo.
Sigamos denigrando al empresario, como nuestros intelectuales de izquierdas vienen haciendo, a conseguiremos perpetuar nuestra crisis. Hay, por supuesto, algunos empresarios indeseables, pero lo que no podemos hacer es despreciar o degradar su función en la sociedad.