Mi supuesto de partida es sencillo, y me parece que correcto: la gente no es tonta, y cuando se le facilita información, la procesa y la aprovecha para tomar mejores decisiones. No siempre, claro: hay situaciones en que el sesgo ideológico es muy fuerte. O en que uno prefiere hacer caso a lo que le dicen otras fuentes, aunque no sean fiables. Pero, si mi hipótesis es válida, dar información a la gente mejorará sus decisiones y resolverá algunos problemas de acción colectiva, es decir, de participación en decisiones tomadas entre muchos.
¿Ejemplos? Muchos. ¿Sabe la gente lo que quiere decir que «dentro de x años, el sistema de pensiones español será inviable»? ¿Sabe la gente cómo les afectará esto a ellos? ¿Sabe por qué hay que tomar medidas para hacer viable ese sistema, y por qué hay que tomarlas ahora, no dentro de x años? ¿Sabe la gente lo que pasa cuando se aumentan los impuestos sobre un producto? ¿Cuando sube la prima de riesgo de un país, y cómo afecta esto a su tarjeta de crédito? Y mil ejemplos más.
Hay que dar información, pero clara, concreta, personalizada. Alguien tiene que hacer los números que el ciudadano medio no sabe o no puede hacer. Alguien tiene que bajar a los detalles. Sí, ya sé que habrá movimientos para silenciar esa información, por parte de los que se oponen a la medida que se desee tomar. Pero, segunda hipótesis de partida, la verdad acaba siendo reconocida por la gente, si se ofrece con suficiente claridad, y repitiéndola las veces necesarias.
A la vista de esa manía mía con la necesidad de dar información, me ha alegrado leer un reciente trabajo de J.B. Liebman y E.F.P. Luttmer, titulado (traduzco libremente del inglés) «¿Se compartaría la gente de manera diferente si entendieran mejor la seguridad social? Evidencia a partir de un experimento de campo» (National Bureau of Economic Research, Working Paper 17287, agosto de 2011). Es un papel relativamente técnico, pero explica un experimento sencillo y barato. En Estados Unidos seleccionaron al azar un grupo de personas de 30 a 70 años de edad, con una mayoría entre los 60 y los 65, y les enviaron por correo un folleto sencillo que explicaba las ventajas de alargar la edad de jubilación, junto con la oferta de un sencillo programa en que se les explicaba eso con más detalle. Al cabo de un tiempo, hicieron una encuesta esas personas, junto con otras a las que no se les había dado aquella información. El resultado fue un aumento del 4% en el número de personas que acordaban retrasar su edad de jubilación, sobre todo mujeres. No había argumentos sociales, morales o políticos: sólo una explicación de por qué esto convenía a las personas que llegan a la edad de jubilación.
El lector puede estar de acuerdo con mis puntos de vista o no. El experimento estuvo bien diseñado y sus conclusiones son robustas, o sea, están por encima de lo que vendría dado por la casualidad. Moraleja: compensa dar información a la gente, incluso por un procedimiento tan barato como el usado por esos autores. Sugerencia: ¿cómo habría que dar esa información a los españoles, para que entiendan, por ejemplo, por qué hay que reducir el déficit público, por qué hay que moderar el crecimiento del gasto (también del gasto social, a pesar de que esto no gusta a muchos), por qué hay que hacer reformas estructurales,…?