Leo una carta de Roger Summers, escrita desde Unión Sudafricana, en el Financial Times de hoy: «Recuerdos de mis años escolares en los 40s» (aquí, en inglés, claro). Parece que esté hablando de mi infancia. «La mayoría de los maestros fueron rescatados de la jubilación, porque los jóvenes estaban luchando en la guerra. No había calefacción (…) Había hasta 45 chicos por clase (…) la mayoría se portaban bien, eran correctos y respetaban a sus profesores. Todos éramos pobres y nohabía chicos obesos, porque no había poco que comer. Nadie se drogaba. Había que compartir los libros (…) Además del contenido normal de los estudios, yo aprendí a trabajar la madera y el metal, taquigrafía, mecanografía, teneduría de libros, francés y arte». Y concluye: «Mirando hacia atrás, estoy sorprendido por lo mucho que nos enseñaron, en circunstancias que parecían imposibles, y qué afortunados fuimos».
No, este post no es un ejercicio de nostalgia. Sólo sacaré una conclusión: fuimos afortunados, dice el autor de la carta. Y añado yo: porque no estábamos ejerciendo un derecho. Está muy bien que demos a los jóvenes ese derecho, pero sólo eso, el derecho a ser educado, que no incluye todas esas cosas que ahora añadimos, y que entonces no teníamos. Y con el derecho a recibir la educación, la responsabilidad de aprovecharla.
se le olvido mencionar, que se podia caminar a casa y sentirse seguro, pues afirmo que hasta hace poco uno se siente inmortal hasta que empieza a ver a los compañeros morir, y la tristeza abraza el corazon por recordar una de las mejores etapas de la vida, soy de los 90 es hace poco pero aun sano. gracias y disculpa si me puse emocional