Nos encanta convertir lo fácil en difícil. Leo en Ethic (ver aquí) que en la isla amazónica de Cotijuba, al noroeste de Brasil, se va a desarrollar un proyecto para recoger aguas pluviales para su uso posterior. Para ello se montarán «enormes arquitecturas urbanas, que también protegerán a los ciudadanos de las lluvias».
Formidable idea si hablásemos de un lugar seco y frío, donde la lluvia es un gran engorro y donde recoger el agua es una prioridad. Pero la isla en cuestión está en un lugar cálido -yo diría caluroso- y llueve que da gusto. Resulta entonces que la naturaleza está acostumbrada a que caiga agua del cielo en grandes cantidades, agua que va a parar a un río, el Río Negro, afluente del Amazonas, y no se pierde (bueno, tampoco se pierde el agua que va a parar a otros sitios, pero quizás en esos otros sitios es más difícil y costoso recogerla); haca calor, y la gente está acostumbrada a la lluvia diaria. Entonces se nos ocurre la excelente idea de gastarnos un montón de dinero (que supongo que no debe sobrar: no identifico la cuenca amazónica como un país de alto nivel de vida) en proteger a la gente de una lluvia a la que están acostumbrados, para recoger un agua que abunda en la isla y en sus alrededores. Quizás el lobby constructor debe ser tan poderoso como aqúí. O los concejales padecen del mal de piedra que nos ha venido aquejando a nosotros durante décadas.
Me parece muy bien que los de la isla Cotijuba gasten su dinero como quieran -nosotros también lo desperdiciamos: no podemos darles lecciones. Pero no me parece bien que, al grito de «el agua es importante», alabemos políticas equivocadas.