The Economist del 3 de septiembre incluía un artículo («Angs for the educated», aquí, en inglés) que se subtitulaba «Un título universitario ya no da seguridad económica». Un argumento bien conocido, pero que conviene recordar con frecuencia a una sociedad que, a pesar de la crisis, sigue pensando que todo lo que tiene que hacer con sus hijos es mandarlos a la Universidad.
The Economist daba algunos argumentos. La oferta de graduados crece continuamente, de modo que, como en todo mercado, un exceso de oferta puede suponer una reducción del precio (en este caso, del salario de los graduados). Y, sobre todo, el cambio tecnológico está reconvirtiendo la demanda. «El principal efecto de la automatización en la era del ordenador no es que destruya empleos de cuello azul [de trabajador de fábrica], sino que destruye cualquier empleo que pueda convertirse en rutinario«, recuerda el artículo, con palabras de David Autor, del MIT. Y «los empleos que los graduados universitarios han llevado a cabo tradicionalmente son, en todo caso, más fáciles de enviar a otro país que los empleos de salarios bajos. El trabajo de un fontanero o de un conductor de camión no puede ser intercambiado por un empleo en la India. Pero el de un programador de ordenadores sí», dice Alan Blinder, de Princeton.
¿Mejor no enviar a los hijos a la Universidad? No. Pero que sepan que, a pesar de todo, tendrán que trabajar duro; que tendrán que mantenerse al día, hasta el final de su edad laboral, y que su empleo futuro no siempre tendrá que ver con sus preferencias y con lo que han estudiado. O sea, que tendrán que estudiar de modo que puedan aprender luego otras cosas, formando una buena base sobre la que edificiar su carrera futura. Y eso se empieza desde los 4 años.
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