«Orgullo, codicia, cobardía y otro operador granuja», podría ser la traducción de una carta al Financial Times de ayer (aquí, en inglés). Tema: el último escándalo en UBS, cuando un operador del mercado provocó enormes pérdidas al banco.
Con buen criterio, el autor de la carta, Patrick Allan, culpa a «los altos ejecutivos de los bancos [que] ni procuran, ni entienden, ni tratan de imponer algo de control a las operaciones que consideran que pueden ser muy provechosas. Y esto se debe a una variedad de razones que giran alrededor de la codicia, el orgullo y la cobardía«.
Tres moralejas. Una: como decía Kenneth Andrews, el viejo gurú de la Harvard Business School, al final la gente hace aquello para lo que le pagan. Si creas esos incentivos, no te quejes de las conductas que encontrarás.
Dos: no basta la buena voluntad: hay que poner reglas y controles. Confiando en la gente, por supuesto, pero, como dice la carta, «si se desea el control regulatorio, sólo será efectivo si empuña un garrote muy pesado, dirigido directamente a la dirección y al consejo de administración de los bancos, haciéndoles responsables directos de las acciones civiles y criminales de su gente, que no hayan sabido supervisar por negligencia».
Y tres: además, hace falta la ética personal, porque, si ésta falla, acabaremos descubriendo las maneras de saltarnos las regulaciones y controles.