Ayer estuve en una reuniíon de la Comisión de Responsabilidad Corporativa y Anti-corrupción de la Cámara de Comercio Internacional en París. Me llamó la atención algo que dijo, tajante y diría que algo malhumorado, uno de sus miembros más activos, recordando la experiencia de la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción: hemos fracasado. Y la razón que daba es que nos hemos dedicado a recordar a las empresas que deben ser limpias y honestas, no sobornar a los funcionarios y políticos,… y nos hemos olvidado de que son los políticos y los funcionarios los más corruptos, al menos en muchos países. El problema no es el soborno (las empresas que ofrecen dinero), sino la extorsión o solicitación (los funcionarios y políticos que piden dinero). Su conclusión: hemos fracasado porque los gobiernos de esos países no quieren combatir la corrupción. Punto.
Me quedé pensando en la corrupción en nuestro país. Tiene cierta razón el experto: durante muchos años la corrupción inmobiliaria y de los contratos públicos ha sido nuestra lacra, porque algunos de nuestros políticos y funcionarios han encontrado ahí la oportunidad de hacerse ricos, porque, además, ¿a quién perjudica?, decían ellos,… Claro que también ha habido promotores que han descubierto que pagando a funcionarios y políticos corruptos, ellos también podían hacerse ricos, con rapidez.
La conclusión que saqué es: tenemos que movilizar a la sociedad civil y a los medios, para que reclamen, sin descanso, justicia contra los corruptos, medidas para desenmascararlos y aislarlos, y una actitud de vigilancia constante.