El The Economist de hace unos días recogía la recensión de un libro reciente, «Lost in Transition: The Dark Side of Emerging Adulthood», de C. Smith, K. Christoffersen, H. Davidson y P. Snell Herzog (ver la recensión aquí, en inglés, claro).
Los autores señalan que los jóvenes adultos se mueven en un mundo divertido, libre y prometedor, pero con una parte oscura también, representada por la apatía, la confusión y la pena. Y también que el tratamiento de los temas morales por parte de esos jóvenes parece, por lo menos, insuficiente. «El asesinato, la violación y el robo en un banco se ven como algo malo. Pero, ¿qué pasa con copiar en un examen, engañar a un ser querido o incluso conducir borracho? Ellos mencionan el poder ser cogidos, cómo reaccionarán sus amigos o cómo se sentirán ellos mismos. Cuando se trata de la conducta discutible de otra persona, una respuesta frecuente es que cada individuo debe decidir por sí mismo. Muy pocos parecen pensar que lo correcto y lo malo están enraizados en algo que está fuera de la experiencia personal (…) La buena vida consiste en tener un trabajo decente, un nivel de vida decente y una familia agradable, no en luchar por la justicia o salvar a las ballenas».
La recensión acaba diciendo que el libro «es realmente una llamada de atención para los padres. Frecuentemente, bajo el disfraz de enseñar la tolerancia, fallamos a la hora de conseguir que nuestros hijos entiendan cómo enmarcar los temas morales y cómo hacer juicios sobre la conducta recta y sobre lo que es bueno en la vida. Y la razón de esto, sugiere Mr. Smith, es que nosotros mismos no estamos seguros».