Reconozco que yo también he corrido a mi madre o a mi padre, a quejarme de mi hermana, o de un primo, o de algún amigo. Es una reacción típica de niños, claro. Casi siempre, mis padres no me hacían caso. Era una manera eficaz de decirme que debía aprender a soportar esos problemas, y a defenderme por mí mismo. Si yo no lo hubiese aprendido, seguiría siendo un niño… próximo a la jubilación, pero aún un niño.
Leí hace tiempo el resultado de una encuesta a más de 2.000 españoles, de los que un 70% respondió que había sufrido algún tipo de discriminación en el trabajo. No niego que se produzcan discriminaciones, pero si el 70% de los ciudadanos la ha experimentado… nuestra sociedad debe estar profundamente enferma; la convivencia debe ser muy difícil, y sobrevivimos de milagro.
Aunque lo más probable es que esas respuestas sean un exageración. O quizás que la encuesta esté mal orientada, y los que contestaron que habían sufrido una discriminación se estén referiendo a otra cosa. O quizás que somos unos quejicas infantilizados. O, finalmente, que los que hicieron la encuesta (y no voy a decir quiénes fueron) no tenían mejores cosas que hacer. O que estaban buscando algo más que informar a los españoles de lo que pasa en nuestros puestos de trabajo.
¡Ah! Pero no se preocupen, porque el 74% de los encuestados no había discriminado nunca a nadie, y el 19% lo había hecho, pero sin darse cuenta. ¡Qué buenos somos: un 93% somos inocentes, pero hemos sufrido un 70% de casos de discriminación! No me salen las cuentas pero, probablemente, para los que hicieron la encuesta esto ero lo de menos. Y tampoco esto fue motivo de preocupación para el medio de comunicación (especializado en Responsabilidad Social) que difundió los resultados,…