En «Liberales. Compromiso cívico con la virtud» (Barcelona: Random House Mondadori 2010), José María Lasalle explica el desarrollo del pensamiento liberal, a partir de las ideas de virtud cívica que se desarrollaron en Inglaterra y Estados Unidos desde el siglo XVII. Su tesis central es que el liberalismo «auténtico» (el calificativo es mío) se ha basado en la vida virtuosa, no en el egoísmo y el individualismo.
Me gusta la tesis, porque coincide con lo que yo busco en el pensamiento liberal. Ya en el capítulo final, Lasalle afirma que «El liberalismo debe liderar en el siglo XXI esta invocación de la virtud. Debe hacerlo porque es quien mejor está capacitado para ello, ya que nació pegado a la virtud y se desarrolló en contacto con ella» (p. 364), como ha explicado en las páginas anteriores.
Pero aclara que «para dar esta batalla, el liberalismo debe ser capaz de rebatir la leyenda negra que a un lado y a otro del espectro político se ha urdido contra él (…) Hoy son muchos los que al calor de la crisis económica y social que sacude a Occidente reiteran los argumentos del pasado. A derecha e izquierda insisten en que el liberalismo desemboca en el mito del individualismo asocial y en el cultivo utilitarista de un atomismo que, además de indiferente hacia los valores de la comunidad, practica un hedonismo egoísta que ve en la maximización del intercambio de bienes y servicios el único objetivo de la sociedad» (pp. 364-365). En definitiva, el pensamiento liberal pone énfasis en la libertad, no en la eficiencia económica.