Me encanta lo que dice o escribe Aristóbulo de Juan (en la foto), que fue Director General del Banco de España, y que conoce muy bien los entresijos del mundo financiero. En una reciente participación en el XXI Seminario Étnor de Ética Económica y Empresarial (ver noticia aquí) volvió a hablar de el problema principal de las instituciones financieras españolas: la falta de transparencia, que «no es un tecnicismo contable, sino una gran falta de ética».
¿De quién es la culpa? Primero, de los directivos de las instituciones. Y segundo, de los supervisores (léase Banco de España, ¿no?), que no han cumplido con su deber. Los gestores, dice de Juan, localizan ciertos errores técnicos, “que podrían asumir y remediar, pero no lo hacen, no dan la cara. En lugar de esto, maquillan las cuentas pensando en un futuro mejor, un maquillaje que ni auditores ni supervisores corrigen”. ¿Por qué? Hay múltiples factores que influyen: por no querer meterse en líos, por mirar para otro lado, por competencia con otras entidades de auditoría, hasta por presiones políticas. La cuestión es que “llega un momento donde no hay vuelta atrás y empieza una huida hacia delante que se manifiesta de muchas maneras pero que tiene la más común en la concentración en los peores clientes para que no aflore su insolvencia, abocados a concentrar los riesgos en los peores y a invertir en los peores sectores”.
Otra idea que me parece importante: «los políticos han hecho muy mal su trabajo no explicando a los contribuyentes por qué no se pueden dejar caer a los bancos, porque sostienen el sistema de pagos y cobros y el crédito. Sin bancos volveríamos al trueque, y eso no se puede permitir. Pero primero deberían explicar bien y luego obligar a dimitir, antes de soltar un solo euro de los ciudadanos”. Claro. Nos han llenado la cabeza con la idea de que «están ayudando a los bancos», y no nos han informado oportunamente de que «están salvando nuestras cuentas corrientes, nuestros seguros y nuestras tarjetas de crédito». Esto no quiere decir, desde luego, que haya que salvar a los accionistas de los bancos (esto lo digo yo, no de Juan), sino a la institución banco, es decir a sus clientes, que somos nosotros.