Sobre el referendo griego

«Todo es según el color del cristal con que se mira». Pero si los cristales son de diferentes colores, no nos pondremos de acuerdo sobre lo que vemos. Y es que hay maneras distintas de ver las cosas. Todas ellas pueden tener una parte de verdad. 

Escribo esto a la vista de los comentarios (algunos, técnicos; otros, humanos; otros, idoelogizados) que hoy hace la prensa acerca de la decisión de Yorgos Papandreu, el primer ministro griego, de someter a referendo nacional el plan de ajuste que le exigen los mercados y la Unión Europea. Porque esos comentarios se apuntan, generalmente, a una de las dos posiciones extremas: o bien los griegos son unos impresentables y Papandreu es un irresponsable, o bien los mercados no tienen alma y son injustos en sus condiciones.

No hay derecho a que se imponga un plan de ajuste al pueblo griego sin contar con él, dicen unos. De acuerdo. Pero tampoco hay derecho a que un país que se ha endeudado abundamente en el pasado se niegue a asumir todas las consecuencias de su comprotamiento previo. ¿Conflicto de puntos de vista? Yo diría más bien que se trata de maneras irresponsables de presentar el problema. Porque el problema tiene dos dimensiones, y no contemplar una de ellas es, sencillamente, un mal planteamiento.

Empecemos, pues, reconociendo esas dos dimensiones: los griegos adquirieron un compromiso que ahora no pueden cumplir, y los mercados y la UE imponen ahora unas condiciones que los griegos no pueden cumplir. Ahora, busquemos las soluciones. Una: que paguen, caiga quien caiga. Otra: que les perdonen todo o casi todo, caiga quien caiga. Bueno, quizás ha llegado el momento de buscar soluciones imaginativas. Siempre he defendido que hay que vivir de acuerdo con unos principios, pero cuando se produce un choque de principios (justicia en los contratos frente a humanidad en las condiciones), hay que salirse de los principios para buscar la solución. Que no será única, ni perfecta, pero que debe tener en cuenta aquella pluralidad de puntos de vista.