Mi colega Pedro Videla me pasó ayer la noticia de que los alumnos del curso de Introducción a la Economía (Economics 10) de Harvard habían hecho una huelga, abandonando la clase de Gregory Mankiw, uno de los más famosos profesores de economía en la actualidad (ver la carta abierta que publicaron, aquí, en inglés). No protestan por exceso de dureza en los exámenes, ni por falta de claridad en las exposiciones, ni por abuso de las matemáticas,… sino por sesgo ideológico. Ellos esperaban, dicen, un curso introductorio que les permitiese entender las complejidades de la economía contemporánea, y se han encontrado con un profesor que defiende a Adam Smith y el libre mercado.
Aquí solo haré unas consideraciones que me parecen oportunas para los alumnos de Harvard, pero también para los de las universidades españolas, y para toda nuestra sociedad, que está tan confundida sobre este tema como los profesores y alumnos de Harvard.
La ciencia económica (el menos la neoclásica, en sus diversas variantes, que es la que enseña Mankiw, así como la gran mayoría de profesores en todo el mundo) pretende ser eso, una ciencia. Como tal, parte de unos supuestos sobre la conducta humana, los aísla de toda valoración subjetiva, y saca las conclusiones. En clase solemos dedicar unos mintuos a explicar los supuestos (por ejemplo: las personas que toman decisiones tratan de maximizar la utilidad que se deriva de ellas), y el resto del tiempo lo invertimos en explicar las consecuencias, unas veces abstractas (si aumenta el precio de un producto, la cantidad demandada disminuirá, si todos lo demás no varía) y otras cargadas de mensaje político (los impuestos, al menos la mayoría de ellos, tienen un impacto negativo sobre el bienestar de los ciudadanos). Si los supuestos son correctos y si no se cometen errores en la deducción, las conclusiones deben ser aceptadas por todos. Así es como, probablemente, piensa Mankiw.
En estas condiciones, decir que queremos que nos expliquen «otra ciencia económica» no tendría sentido: sería hacer mala ciencia. Entiendo, pues, el comentario de algunos de los que replican a la carta abierta mencionada antes: la posición de los alumnos de Harvard es un disparate, y pobres de nosotros si alguien les enseña una economía equivocada, porque, como ellos mismos dicen en su carta, ellos van a formar parte de la élite intelectual del futuro.
Pero la vida no es tan sencilla. Me parece que la protesta no habría sido tan sonada si Mankiw, después de explicar los efectos (mayoritariamente negativos, como dice la economía neoclásica) de un impuesto, hubiese acabado diciendo que a pesar de ello hay que subir los impuestos, por razones de equidad y para conseguir una distribución de la renta más igualitaria. Pero, claro, Mankiw no puede decir eso, porque iría contra su concepción de la ciencia económica. Equidad y distribución igualitaria de la renta no son variables «objetivas», pertenecen al reino de los juicios de valor, y ya hemos dicho antes que la ciencia económica convencional separa cuidadosamente lo que son hechos de lo que son juicios de valor. Yo, diría Mankiw, les explico las consecuencias de un impuesto; si usted llegar a Presidente de los Estados Unidos y quiere subirlos, allá usted, que estará causando una pérdida de bienestar a su país.
Pero, claro, a sus alumnos esta distinción entre hechos y valores les debe tener sin cuidado: ellos están del lado de los indignados de Wall Street, votan (probablemente) demócrata (o sea, en favor del intervencionismo, los impuestos altos y el castigo a los banqueros), y lo que dice Mankiw les suena a posición ideológica. Lo importante es cambiar el mundo, no maximizar la eficiencia.
Si la economía que explica Mankiw es la ciencia que él dice, Mankiw tiene razón. Pero si los supuestos de que parte no son correctos, entonces sus conclusiones pueden no serlo. Y aquí podrían tener razón los alumnos, aunque ellos no sean capaces de llegar a estas profundidades (y me parece que muchos de los profesores que explican las teorías que a los indignados alumnos les gustaría escuchar tampoco las captan). No me voy a extender en este punto, porque tendría que escribir un voluminoso tratado. Sólo quiero referirme a un punto: la ciencia económica, dicen los puristas, debe excluir todo juicio de valor, por el estilo de si es justo o no que el impuesto sobre la renta sea progresivo (hay argumentos teóricos sobre esto, claro, pero me parece que, en el fondo, la postura en este tema es casi siempre ideológica). Yo estaría de acuerdo en lo de prescindir de los juicios de valor si el actuar de manera justa o injusta no tuviese consecuencias sobre las decisiones futuras del sujeto. Pero Sócrates decía hace muchos siglos que es peor practicar la injusticia que sufrirla, porque, en el primer caso, te haces injusto, aprendes a ser injusto, serás cada vez más injusto, y esto, al final, cambiará tu manera de comportarte. Los valores acaban entrando, aunque sólo sea porque cambian los parámetros de la función de preferencias del sujeto (y perdón por este ataque de tecnicismo).
Ya sé que, razonando de esta manera, no contribuyo a resolver la controversia de Mankiw con sus alumnos (y nadie me ha llamado a hacerlo, claro). Pero esa polémica traerá cola. Me parece que veremos manifestaciones similares en otras universidades, también a este lado del Atlántico. Y podemos caer en enfrentamientos que serán, ahora sí, pueden ser totalmente ideológicos y politizados. Ya los vivimos en la época de la transición: la «otra» economía que pedían los estudiantes en los años setenta no era un deseo de saber más y mejor, sino de cambiar el mundo.
Claro que sería muy bonito que aprovechásemos esta oportunidad para hacer una reflexión profunda acerca de qué es la economía, cómo se toman decisiones en economía, qué es racional y qué no lo es, cuál es la relación entre economía y ética, etc. Algunos estamos ya en esta guerra. Pero va a ser muy, muy larga, porque la manera de pensar de una profesión tarda decenios en cambiar. Entre tanto, lo máximo que pueden conseguir los alumnos de Harvard es que sustituyan a Mankiw por un profesor que defienda el intervencionismo y la subida de impuestos. Pero no estoy seguro de que alguien les explique «otra» economía, que tenga visos de ser algo mejor que la que ahora les enseñan. Porque no la tenemos.
Sin ser economista, creo que hay una suerte de ignorancia de los cursos regulares de economía, me atrevo a decir esto puesto que a los que he asistido o los apuntes compartidos entre compañeros de diversas universidades coinciden en el mismo error. Sea ignorado apropósito en la formación de los economistas el origen de estos postulados que hoy son tradicionales. Me explico, otras economías existen, de hecho es cosa de recordar el nombre original «economía política» para entender que los autores como Smith y Ricardo debieron debatir con Schumpeter o Marx. Y que finalmente, la economía política llamada neoclásica se sitúa desde axiomas elegidos políticamente e ideológica y convive con otras escuelas.
Recordemos que la definición básica y común de economía sigue siendo el estudio de los medios de producción, distribución y consumo, pero me llama la atención como eso se ha distorsionado a «la distribución de bienes escasos a necesidades infinitas». Un curso introductorio, podrá fijar las limitaciones de una ciencia formal (vale decir que se apoya nada más que en la lógica, que por demás no incorpora los principios mínimos que rigen a otras ciencias) que ha seleccionado sus axiomas arbitrariamente (no ve necesidad de explicarlos ni deponerlo a prueba especialmente en contexto de diversidad social y cultural), y explicará que el curso tratará de ese tipo de economía sin desconocer el resto. Eso es esencial para dar cuenta de las limitaciones prácticas que tiene la economía formal (neoclásica) y su aplicabilidad o no, al menos su capacidad explicativa, además de asumir que si se perfila como ciencia debe admitir la performatividad de sus categorías de análisis y con ello, el impacto que imprime sobre las sociedades que estudia. Si no se hace mención a nada de esto, entonces se puede afirmar que si, es ideológico, pues fija como único imponiendolo, ya sea por tradición o testarudez.
Otra cosa…bienestar no es también algo subjetivo? utilidad?
Antonio: Excelente post.
Hay un apartado en el capítulo 2 de Principios de Economía de Gregory Mankiw titulado “Por qué discrepan los economistas” (página 23) donde se señala que los desacuerdos entre economistas afectan no solo a hechos que se resuelven mediante evidencias objetivas, sino también a la rivalidad entre valores morales, es decir, ideologías.
Guste o no es preciso admitir que en economía “lo que son las cosas” (ciencia positiva) están poderosamente influidas por “lo que uno cree que deben ser las cosas” (ciencia normativa).
¿Es posible separar en economía lo positivo (lo que las cosas son) de lo normativo (lo que las cosas deben ser)?, ¿Se puede evitar la influencia de los juicios de valor en la investigación económica? ¿Se puede separar la doble vertiente positivo-normativa de la economía? ¿Puede un economista optar entre una postura que se mueva más en el terreno de lo positivo (de enunciado y elaboración de leyes científicas, sin recomendaciones políticas), o bien, por acercarse más al terreno normativo de sugerencias políticas a partir de selección la de objetivos y de los instrumentos para lograrlos?.