Hace días que no escribo nada de economía. Quizás es porque no pasan cosas nuevas. En el caso de las primas de riesgo de la deuda soberana me parece que es así: pasan muchas cosas, pero son variantes de las que ya sabíamos.
Tomemos a Italia como ejemplo, para no herir susceptibilidades más próximas a nosotros. En el juego aparecen, desde el principio, dos actores: los mercados financieros, que compran deuda italiana, y el gobierno italiano, que debe pagarla. Cuando el nivel de deuda crece mucho, los mercados sospechan que el gobierno no podrá pagar la deuda, y se la quitan de encima; baja el precio de la deuda italiana y sube el tipo de interés, por una prima de riesgo mayor, y esto agrava el problema, porque hay menos prestamistas dispuestos a arriesgar su dinero, y la factura de los intereses que debe pagar Italia crece de manera alarmante. En estas condiciones, el anuncio de un cambio de gobierno se puede interpretar de dos maneras. Una: ya era hora de que los italianos pusiesen los medios para arreglar el problema. Otra: Mario Monti no será capaz de formar gobierno, o un gobierno suficientemente fuerte, en un país cuya política parece un juego de locos. Según parezca que predomina una u otra de ambas interpretaciones, la prima de riesgo bajará o subirá.
Lo que ya no tiene tanto sentido es que estas valoraciones se muevan a lo loco, de hora en hora. Y es que uno de los dos actores, el mercado, está jugando a lo que Keynes había descrito como el juego del concurso de belleza. En una fiesta se va a conceder un premio entre aquellos que hayan acertado cuál es la chica más guapa de entre las asistentes, de acuerdo con la opinión de la mayoría. Esto quiere decir que los que aspiran al premio deben acertar cuál es la chica que los demás elegirán, sea o no la que ellos consideran la más guapa. Pues en el mercado de la deuda ocurre lo mismo: lo que yo piense sobre las habilidades del posible primer ministro italiano es irrelevante, porque la cotización de la deuda italiana dependerá, en cada momento, de la opinión mayoritaria en el mercado. Y el que no responda a esa decisión perderá dinero. De modo que la volatilidad está asegurada.
Pero aún falta un tercer protagonista: Europa, sea la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, o los países del núcleo duro, liderados por Alemania. Desde el momento en que Europa anuncia que va a intervenir para evitar la quiebra de alguno de sus miembros, empezando por Grecia y siguiendo por Portugal, Irlanda, Italia, España, ¿Francia?, ¿Bélgica?,… los mercados dejan de prestar atención a los países afectados, y empiezan a fijarse en lo que dice la señora Merkel. Y de este modo, el problema se agrava. No sólo hay que pensar en qué hará o qué podrá hacer Mario Monti, sino también cómo lo ven los otros participantes en los mercados, y cómo nos parece que lo verá la señora Merkel, el señor Sarkozy, y los ciudadanos de esos países (que siguen pensando que los griegos son unos ladrones, los italianos unos corruptos, y los españoles,… bueno, no les cuento lo que deben pensar de nosotros),…
Así que la volatilidad está asegurada. Y el contagio: si Grecia ha caído, ¿por qué no Italia, España,…? Y así hasta que se acabe la lista.
Papademos, Monti, el nuevo presidente del gobierno español,… poco pueden hacer ante ese confuso panorama, fuera de intentar apaciguar a sus vecinos del centro y norte de Europa y al Banco Central Europeo. Y estos no quieren enterarse de que la política de austeridad caiga quien caiga está muy bien para castigar a los manirrotos, corruptos e impresentables países periféricos, pero no resolverá el problema. Cuando el hijo se presenta en casa con las nefastas notas del curso, hay que reñirle porque ha sido un vago, desde luego. Pero, más importante es preguntarse: ¿qué puedo hacer por él ahora? La estrategia mejor a principio de curso ha fracasado: ¿cuál es la que debemos aplicar, a fin de que el fracaso no sea total?
Pero esto ya lo sabíamos hace muchos meses. De modo que, efectivamente, no ha pasado nada nuevo.
Gracias, Antonio, por hacer más fácil de entender eso de la prima de riesgo
Jesús Acín