Es contracultural, ya lo sé. Pero me parece que empiezo a entender la resistencia del Banco Central Europeo (BCE) y de los países del núcleo duro de la zona euro a dar el paso que todos les pedimos: por favor, ofrezcan cuanto antes, ya, sin tardanza, las seguridades que los mercados piden para frenar el contagio que afecta a la deuda soberana española (y de otros países).
Pongámonos en el caso de Grecia hace unos días, antes de la caída del gobierno socialista. O de Italia, antes de la dimisión de Berlusconi. Imaginemos que, efectivamente, el BCE anuncia que está dispuesto a comprar toda la deuda griega o italiana que haga falta, o que la señora Merkel se pronuncia en favor de un fondo europeo de estabilidad que garantice toda la deuda soberana de los países periféricos. ¿Habrían dimitido Papandreou o Berlusconi? ¿Estaría el señor Papademos (o Papadimos, como se escriba), o el señor Monti, dispuesto a tomar todas las medidas necesarias para garantizar la participación de su país en el programa de salvamento del euro, por duras e impopulares que sean? ¿Aceptarían los ciudadanos griegos o italianos al medicina amarga? No, claro. ¿Y se atrevería el nuevo primer ministro español a proponer las duras reformas que necesitamos, si la prima de riesgo de la deuda española se hubiese reducido en las semanas anteriores de una manera drástica? Tampoco.
Tiene razón el Sr. Draghi, el gobernador del BCE: la patata caliente la tienen los gobiernos nacionales. Lo que pedimos ahora es que se arreglen nuestros problemas de una manera cómoda. Pero los milagros no son soluciones cómodas, sino soluciones efectivas, aunque sean duras, amargas, costosas. Dicho de otra manera: lo que parece que están haciendo ahora es dejar que el paciente se encuentre, efectivamente, al borde de la muerte, para que se tome en serio las recetas que le curarán. Anticiparse le hará la vida más agradable, pero no necesariamente le curará.
Y también tienen una tarea importante las autoridades de la zona euro, que tienen que preparar las exigentes, diría que despiadadas, reglas de funcionamiento del futuro de la gobernanza de la zona, en términos de estabilidad financiera, austeridad fiscal y reformas serias.