¡Oh, la fuerza de voluntad!

Si tienen hijos pequeños, les recomiendo un artículo del National Post norteamericano titulado «The marshmallow principle», que se podría traducir por «El principio malvavisco» (en inglés, aqui). Lo de malvavisco no me decía nada, más allá de ser una planta de la familia de las malváceas, pero parece que su raíz se usaba para hacer unos dulces esponjosos. Quedémonos con la idea de que a los niños les encantan esos dulces, aunque ahora se fabriquen con otros productos.

Los autores del artículo cuentan un experimento de hace ya unas décadas. Ponían a un niño de unos cuatro años en una habitación, con una mesa en la que había un malvavisco. Era un regalo para el niño. Pero le añadían una propuesta: si el niño esperaba pacientemente a que el instructor regresase, recibiría dos en vez de uno. Como es lógico, algunos niños se comieron el dulce en cuanto salió el instructor, otros aguantaron unos minutos, y otros esperaron hasta el final del experimento.

Al cabo de un tiempo, uno de los investigadores que montó el experimento se dio cuenta de que sus hijas asistían a clase en la misma escuela de la Universidad de Stanford donde se hizo el experimento original. Yempezó a recoger información sobre la conducta de aquellos niños, ahora ya mayores. Encontró que los que habían mostrado más fuerza de voluntad tenian mejores resultados académicos, eran mejor valorados por sus colegas y maestros, acabaron recibiendo mayores salarios, no estaban tan gordos (a pesar de que comieron dos dulces en vez de uno) y no tenían tanto problema con las drogas.

Esas conclusiones iban contra la psicología vigente, que suponía que la conducta de los niños no tenía relación alguna con sus resultados como adultos. Ahora bien, ¿cómo se consigue la fuerza de voluntad? Claramente, por la práctica. La conclusión: «el fracaso de la capacidad de autocontrol es la mayor patología social de nuestro tiempo», como muestran los indicadores de violencia doméstica, divorcio, crimen y otros muchos problemas. Y otra conclusión: los padres deberían desarrollar en sus hijos la capacidad de autocontrolarse. Es más fácil dejarles hacer lo que quieran. Pero dentro de unos años, ellos agradecerán haber desarrollado su fuerza de voluntad.