Kenneth Rogoff propone «Replantearse el imperativo del crecimiento» (aquí, en castellano). «¿De verdad, se pregunta, tiene sentido considerar el cerecimiento como el principal objetivo a perpetuidad?». Rogoff hace algunas consideraciones sobre la inadecuada medición del bienestar de los ciudadanos y sobre el carácter comparativo de nuestra valoración de cómo estamos, y hace notar que «resulta un poco absurda la obsesión por lograr a perpetuidad el mayor crecimiento medio de la renta a largo plazo, sin tener en cuenta otros riesgos y consideraciones», como el deterioro del medio ambiente.
Sí, hemos de replantearnos el imperativo del crecimiento. Pero no estoy muy seguro de que las sugerencias de Rogoff sean una ayuda verdadera. ¿Por qué nos fijamos en el crecimiento del PIB per capita como criterio último? La tesis de los libros de texto de economía es que tener más siempre es bueno, porque permite «comprar» más: no solo bienes, sino «otras cosas». Tener más permite, por ejemplo, repartir más. No hace falta que uno sea materialista, individualista o egoísta: tener más es bueno también para los generosos y altruistas. Vale. Siempre que esas «otras cosas» se puedan comprar con dinero. Pero, ¿qué hay de las relaciones sociales, de la amistad y de tantos intangibles que no se compran con dinero? Mientras no incluyamos esto en nuestras preferencias, seguiremos dominados por el paradigma de «tener más».
Juan Pablo II decía que no lo importante no es «tener más», sino «ser más«. ¡Ah!, pero no sabemos cómo meter esto en nuestros modelos económicos. Bueno, lo metemos, pero mal. ¿Por qué no trabajamos 16 horas diarias para «tener más»? La explicación que damos es que más horas de trabajo son menos horas de ocio, menos horas para disfrutar de la renta que hemos conseguido: la «desutilidad» del trabajo. O sea, seguimos poniendo el «tener más» como el objetivo -más consumo, en este caso. A lo mejor tendríamos que dejar un hueco en nuestros modelos para «perder el tiempo con los amigos», «estar unas horas con los hijos», «ir a ver un pariente enfermo» (¡qué lata!, pero esto forma parte de nuestra humanidad, ¿no?) o «pararnos a pensar».
Bueno, se podría «pensar» el crecimiento de otra manera, digamos horizontal, no necesariamente verticalmente.
Otra forma de pensar el crecimiento (para que sea «sostenible») sería el de si cada quien crece todos crecemos; si todos estamos en la ruina ¿quién puede crecer? (bueno, sí, los usureros).
Otra manera es pensar las cosas al revés ¿qué tal si pensamos que podemos tener más entre más damos? y no es romanticismo ni masoquismo, está en el ADN de la competitividad «moderna».
En realidad, el esquema milenario se ha agotado…