El Consejo Económico y Social de Castilla y León pide que el recargo sobre la gasolina se dedique a la sanidad, y recuerda también que los recargos medioambientales se dediquen al medio ambiente. Hace unas semanas, las empresas turísticas de Barcelona pedían también que la llamada tasa turística se dedicase al sector. Por pedir, que no quede.
Los impuestos, tasas o recargos finalistas, es decir, dedicados a una finalidad específica, tienen poco sentido económico. Son una transferencia del conjunto de los ciudadanos (en el caso citado al principio, de los que compran gasolina) a un colectivo particular. Quizás se pueden «vender» políticamente mejor («la gasolina es más cara, pero me parece bien, porque es para nuestra sanidad»), pero tienen poco sentido económico. Oscurecen las transferencias que tienen lugar entre ciudadanos, de modo que no se sabe quién paga cuánto y quién recibe qué. En tiempos de Franco pagamos durante años un recargo en el franqueo de las cartas para financiar, decían, las obras de recuperación de las inundaciones de Valencia. Dicho de otra manera, el gobierno aumentó el precio del servicio de correos para reducir su déficit y, por tanto, sus transferencias a Correos, de modo que quedaba más dinero para otras cosas, como las obras en Valencia (pero no necesariamente la obras en Valencia). Los impuestos, claros y sencillos. Y los recargos, también. Salvo, insisto, que la «venta» del impuesto o el recargo sea más fácil si tiene una finalidad señalada.
Si a mí me preocupa la sanidad, lo que he de pedir es más presupuesto para sanidad. Pero, a la hora de la verdad, el problema que tienen las comunidades autónomas, como el gobierno central, es aumentar sus ingresos para reducir el déficit global, no el de un apartado del presupuesto. Un impuesto o un recargo finalista no consigue este fin si es, verdaderamente, finalista, o sea, si aumenta los ingresos y los gastos en la misma cantidad: simplemente, hay un sector, el sanitario en aquel ejemplo, que se beneficia a costa de los demás. Y me parece muy bien que se atiendan las necesidades sanitarias de los ciudadanos, pero nos enfrentamos a muchas alternativas en el uso de los fondos públicos. Estamos en una situación difícil, que nos obliga a pensar, entre todos, cuál es el mejor uso de los escasos fondos públicos que tenemos. El slogan «con la sanidad no se juega» está bien para salir a la calle, pero este país necesita ahora otras actitudes.