Daniel Gros hace un buen análisis de los problemas del euro, en un reciente post con ese mismo título (en español, aquí).
¿Cuál es ese problema del euro? No es un desequilibrio exterior grande. Ni una política fiscal despilfarradora. Ni un problema de inflación, actual o potencial («la refinanciación de las deudas estatales, dice, no es inflacionaria, pues no crea un nuevo poder adquisitivo. El BCE es un simple ‘intermediario central’ entre los ahorradores alemanes, que aborrecen el riesgo, y el Gobierno italiano»). Ni el crecimiento, que es bajo, pero que no es alarmante.
Su diagnóstico: «el problema es la distribución interna de los ahorros y las inversiones financieras«. Hay mucho ahorro en el norte, y necesidad de fondos en el sur, pero los capitales han dejado de cruzar las fronteras.
Los alemanes creen que los inversores volverán a financiar a los países periféricos cuando las políticas de estos sean creíbles. Y «si los costos del endeudamiento de Italia -que Gros toma como representativa de los demás países endeudados- siguen siendo tercamente altos, la única solución es esforzarse aún más». Una recomendación, dice, que lleva al fracaso, como la propia señora Merkel está empezando a considerar.
Su conclusión: «La supervivencia del euro a largo plazo requiere la combinación correcta de ajuste por parte de los deudores, condonación de la deuda en los casos en que este último no sea suficiente y financiación transitoria para convencer a unos mercados financieros nerviosos de que los deudores tendrán el tiempo necesario para que funcione el ajuste». Buena receta, pero difícil de llevar a la práctica, por lo de la «combinación correcta» que él menciona. Añadiría dos cosas más: explicar, explicar y explicar qué están haciendo unos y otros (la UE, el BCE, los gobiernos nacionales, etc.), para que se vea que esán en esa línea. Y flexiblidad para corregir, cuando se equivoquen.