Leo un breve post de Caterine Galaz en el blog del Ámbit Maria Coorral d’Investigació i Difusió (aquí, en castellano). El título es «La encrucijada de una de las vías de movilidad social: ‘educad@s-inadecuad@s'». Comenta el cambio operado en la educación superior en nuestro país, que hace unos años se veía como una palanca para la movilidad social y creadora de oportunidades de mejora del nivel de vida, y cómo eso ha cambiado en los últimos años.
Lo que preocupa a la autora es que ese cambio suponga un menosprecio de la educación superior: si nos dijeron que servía para mejorar nuestro nivel de vida, y ahora lo único que consiguen los universitarios es acabar en el paro, lo mejor será dejarlo. «Ahora toca también, dice Catarine Galaz, re-cuestionarse el para qué de la educación». Debemos abandonar su instrumentalización economicista, y recuperar su labor formadora, «transformadora de la persona».
No puedo estar más de acuerdo. Quizás convenga recordar también que lo que hemos experimentado en las últimas décadas es un «efecto escalón«. Los padres de muchos universitarios de mi generación tenían solo estudios primarios; es lógico, pues, que el sueldo de sus hijos fuese mucho mayor que el suyo. Los hijos de esos universitarios son también universitarios, de modo que hay menos motivos para que sus sueldos sean mucho mayores.
La lamentable situación de muchos universitarios parados es consecuencia de muchos factores: una grave crisis financiera, el fin de la burbuja inmobiliaria, un exceso de endeudamiento,… Esto afecta a todos: menos a los que tienen estudios superiores, pero también les afecta. Y luego concurren factores específicos: fallos en nuestras universidades, un exceso de títulos universitarios (un exceso de oferta que, lógicamente, lleva a salarios comparativamente menores, y a una sensación de fracaso profesional en los parados),… Y, como dice la autora del artículo mencionado, si lo que buscas en la universidad es un sueldo más alto y un empleo de por vida, tienes motivo para sentirte defraudado. Pero quizás no supimos transmitir a esos jóvenes la idea de que la universidad no es solo una escalera para la promoción social, sino, sobre todo, una fuente de cultura, de ciencia, de conocimiento, de capacidades, de capital social.
Está bien que nuestras empresas pidan a la universidad más ingenieros y más inglés. Pero si solo piden esto, están haciendo un flaco servicio a las futuras generaciones.