Me pidieron hace unos días un breve artículo para Alfa y Omega, sobre los criterios de la doctrina social de la Iglesia católica sobre la reforma laboral. A veces podemos pensar que esa doctrina es un conjunto de frases bonitas, animadas de buenos sentimientos, pero irrelevantes en la práctica. Y lo que quería significar con ese artículo («Una reforma laboral justa, útil y humana», Alfa y Omega, 19 de enero de 2012) es que tiene criterios que pueden ser muy útiles.
Por ejemplo, el respeto a la dignidad de la persona. Sí, ya lo sé: lo importante es que el trabajador tenga un salario justo, y que el parado no se muera de hambre. Pero, ¿es compatible con la dignidad de la persona darle dinero para que no haga nada, por fomentar el «vivir del paro» (y no me digan que esto no ocurre en nuestro país)? ¿Se reduce la dignidad a darle de comer, o habría que hacer algo más para que vuelva a encontrar trabajo?
Por ejemplo, solidaridad. O sí, ya lo sé, todos somos muy solidarios. ¿También los sindicatos y la patronal, cuando plantean una negociación colectiva que llena los bolsillos de algunos a costa de los otros? ¿Son solidarios los privilegios que vemos en muchas actuaciones? Y el que no esté al tanto, que pregunte por los intríngulis de un expediente de regulación de empleo o del cierre de una planta.
Por ejemplo, la subsidiaridad, algo tan elemental como no suplantar la iniciativa de los de abajo con actuaciones de los de arriba. ¿Es mejor un convenio de empresa o uno de sector? No hay recetas hechas, pero considerar la responsabilidad y la responsabilidad de los de nivel inferior es algo que vale la pena.
Esto no significa, claro, que dejemos a la jerarquía de la Iglesia católica la decisión sobre la reforma laboral, sino que los expertos, los agentes sociales, los políticos, los medios de comunicación y los ciudadanos harían bien en mirar la reforma teniendo en cuenta criterios como los mencionados antesm, que están, precisamente, para ayudarnos a pensar qué es lo mejor en cada caso.