Amitai Etzioni incluye en su blog una breve nota. Visitando una institución sanitaria norteamericana dedicada a personas terminales, le dijeron que la duración media de la estancia de un enfermo antes del fallecimiento era de 20 días. Él se extrañó de que fuese tan breve y preguntó por qué. Le dijeron que en el hospital local daban una buena atención a los enfermos graves, pero que, cuando se aproximaba el fallecimiento, se lo enviaban a esa institución (hospice en inglés). De este modo, el hospital podía cobrar por sus servicios y, al mismo tiempo, presentar cifras bajas de mortalidad.
Etzioni presenta esto como una crítica de los estudios empíricos sobre datos de salud: las cifras no dicen toda la verdad. Yo quiero hacer tres comentarios más.
Uno, sobre el título de este post: si premias a los hospitales por sus bajas cifras de mortalidad, pones en marcha mecanismos perversos (quizás la palabra es demasiado dura: digamos mal planteados), de modo que «salga» lo que interesa a quien ha de pagar, o al gerente del hospital, o al director médico, o al gobernador del Estado, o a quien sea.
Otro: ¿qué pasaría si, además del criterio de la mortalidad, apareciese otra valoración sobre, por ejemplo, cómo ve la familia el trato que se da al enfermo terminal, al que mandan a otro lugar cuando empieza a «molestar»?
Y el tercero, relacionado con el anterior: ese sistema de evaluación y de incentivos, ¿es el más adecuado para el respeto a la dignidad de la persona? Me diréis: pero, ¿no es lo más importante dar una buena atención al enfermo? Y os diré: sí, pero esta puede (debe) ser compatible con esa dignidad. Dicho de otra manera: si fueses ese enfermo y estuvieses consciente, ¿te gustaría que te metiesen en una ambulancia y te llevasen a otro sitio, para que las cifras de mortalidad del hospital fuesen bajas? ¿No? Pues no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen a ti.
A mi me gustaria morir en mi casa, pero esto cada vez más parece un lujo!