The Washington Post recoge unas cuantas opiniones (todas críticas, claro: aquí, en inglés) sobre el acuerdo de salvamento (?) de Grecia de hace unos días. Nada nuevo. Pero hay unas cuantas frases que me preocupan, porque indican que alguien («alguienes», tendría que decir) está jugando varias partidas a la vez, con las mismas cartas (y con el futuro de la sociedad griega).
Kevin Featherstone se pregunta «si las necesarias reformas estructurales pueden ser puestas en práctica de manera efectiva por un sistema administrativo que claramente está muy por debajo de lo que el reto exige (…) [El plan] pone énfasis en recortes fiscales en todas las partidas, más que en un conjunto coherente de opciones que lleven a Grecia a un modelo mejor».
Dmitri Vayanos abunda en esa idea: «Grecia no tiene capacidad para llevar a cabo muchas de las reformas, en parte porque muchos de los políticos no creen en ellas».
Vincent y Carmen Reinhart explican que el objetivo de reducir el nivel de deuda pública griega del 160% del PIB al 120,5% hasta 2020 no tiene sentido: no sabemos cuál es el monto de la deuda griega, ¿cómo podemos pretender reducirla con un precisión que llega a las cinco décimas? ¿A quién quieren engañar?
Hery Farrell: el plan «está basado en supuestos ridículamente optimistas, seleccionados para obtener los resultados deseados».
Mohammed el-Erian: «Sospecho que las tres partes del acuerdo -los representantes de Grecia, los acreedores oficiales y los acreedores privados- saben esto [que el plan es inviable] (…) A pesar de todo, ninguna de las tres partes desea pasar a la historia por haber forzado un cambio de enfoque, aunque el plan actual no conduce a un camino sostenible».
Mis conclusiones: como decía al principio, hay unas cuantas partes que están jugando varias partidas con las mismas cartas. En consecuencia, lo que hacen no tiene sentido para los que pensamos que están tratando de resolver unos problemas bien definidos: evitar la quiebra griega a corto plazo, evitar el contagio de otros países de la zona euro, permitir a los acreedores (bancos y gobiernos) recuperar una parte de su dinero, y poner a Grecia en la senda de un crecimiento mejor y más sostenible.
No me estoy rasgando las vestiduras. Esto ocurre en muchas negociaciones. En España, por ejemplo, los sindicatos, la patronal y el gobierno no están discutiendo (solo) sobre los costes del despido y el nivel de la negociación colectiva. Hay agendas ocultas. Y mientras no las descubramos, estaremos cantando músicas celestiales, pero no enfocando adecuadamente nuestros problemas. Lo malo es que la sociedad tenga que «descubrir» esas agendas, debidamente ocultadas por los negociadores.