El otro día me preguntaron en El Periódico sobre el futuro que espera a los jóvenes españoles (algunas de mis ideas aparecen aquí, en palabras del periodista). La música de fondo es la terrible situación laboral en que se encuentran o se van a encontrar los jóvenes españoles. Pero mi discurso fue optimista (no mucho más, pero algo es algo, ¿no?).
Yo recordaba que hubo generaciones que lo pasaron muy mal de verdad: las que siguieron a catástrofes como la guerra civil en España y las guerras mundiales en Europa. Y lo que tenemos ahora no es tan terrible, porque entonces no había industria, las comunicaciones estaban interrumpidas, no había equipo,… y aquella gente se puso a hacer lo que hiciese falta, y sobrevivieron, y pusieron en marcha sus países.
Pero, ahora, ¿hay oportunidades? Me parece que sí. Vamos a ver. El PIB español ha caído alrededor de un 4% desde el máximo de 2007. ¿Que no te lo crees? Bueno, eso es lo que le sale al Instituto Nacional de Estadística. El stock de capital productivo (no la bolsa) debe haber caído bastante más, por cierre de empresas, envejecimiento no renovado, etc., pero aún estamos bien. El capital humano está bastante bien; los parados no lo desarrollan, pero, en conjunto, tenemos una sociedad bien preparada (y no me contéis las historias tristes que todos conocemos, que ya me las sé). La tecnología sigue llegando.
¿Qué hace que el pesimismo sea ahora más alto? Primero: la generación de los que lucharon duro en la postguerra ya ha pasado, o está a punto de hacerlo. Los que sacaron el país adelante en los años cincuenta y sesenta están jubilados, y ya han contado todas sus historietas a los nietos. Los demás hemos pasado lo que es normal: épocas buenas y épocas malas, años de paro y años de buen rollo, unos años en Alemania y luego aprovechar las oportunidades en España,… La nueva generación no ha experimentado todo esto. Los que pasaron la última recesión seria (1992-93) en un puesto de trabajo están en los cuarenta. Por tanto, es lógico que los jóvenes que ahora están en la universidad no entiendan lo que nos pasa (ni nosotros, los no tan jóvenes, lo entendemos,…).
Segundo: durante décadas, la universidad fue un «ascensor social«. Mi padre soñaba con que yo fuese a la universidad, y lo consiguió, de modo que, como es lógico, mi nivel de vida ha sido mucho mejor que el suyo. Pero esto se ha acabado, porque ahora no se abren las oportunidades que tuvimos, entre otras razones porque entonces los universitarios éramos pocos, y ahora somos muchos. O sea, la tendencia creciente se acabó. El crecimiento de las rentas de una generación a otra no va a ser de 20, 30 ó 100%, sino del 1,5 o 2% anual, que será el crecimiento medio de la productividad.
Y esto tiene dos consecuencias más. Una: en una economía que crece poco, los altibajos se notan mucho más. Si tu nivel de vida crece un 5% anual, un par de años malos no te afectan, a largo plazo; si no crece, dos años en el paro son una pérdida de rentas futuras importantes. Y otra consecuencia: antes, la comparación entre el universitario y el no universitario arrojaba siempre un saldo favorable para el primero, salvo casos de mucha suerte, como un boom inmobiliario que hiciese ricos a los albañiles o revalorizase los terrenos de los agricultores. Pero ahora esto no va a ser así. Cuando se recupere el empleo, el crecimiento relativo de las rentas de los más educados no será tan claro y, a menudo, quedará por debajo del de los que no tienen estudios. Digo el crecimiento medio, no el nivel; pero si tus rentas se estancan y las del otro crecen, tu situación relativa va a ser peor.
Bueno, hay muchas más cosas que podríamos decir sobre este tema. En El Periódico estuve optimista, porque me parece que la situación actual de la economía española es excepcional. Si la reforma laboral funciona, si somos capaces de hacer los deberes, volveremos a crear empleo. No una maravilla, claro, ni para atar los perros con longaniza, pero me parece que esos jóvenes ahora desesperados no lo estarán dentro de unos pocos años. Si se cumplen las condiciones que he dicho, claro. Y si ellos se esfuerzan, y mucho. Y si sus abuelos les cuentan cómo se vivía en Barcelona en los años cincuenta, cuando bajaban de un tren que tardaba más de 24 horas desde el otro extremo del país, y cómo iban a vivir a la barraca de un primo en el Somorrostro, al lado de la playa, y cómo buscaban empleo al día siguiente en el mercado negrero de la plaza Urquinaona,… Claro que todo esto lo hacían porque en su pueblo de origen lo pasaban peor, y porque esperaban tener un empleo más o menos fijo en la construcción, al cabo de un año, y quizás entrar en la Seat al cabo de cuatro o cinco. Y a partir de ahí venía todo: el piso, el televisor en blanco y negro, el colegio para los hijos, y la esperanza de que alguno llegase a la universidad,…
Sí, ya sé que soy optimista. Pero lo peor es que me lo creo.