Cuando leo juntas las palabras Economía y Ética, sucumbo siempre a la tentación de ver qué dice el que escribe sobre ese tema. Ahora es Paul Krugman, quien introduce una breve nota sobre macroeconomía y ética (aquí, en inglés, en el blog del New York Times). Es una idea interesante. Los economistas no estamos de acuerdo casi en nada, dice; de modo que es probable que discrepemos sobre las causas de, por ejemplo, la crisis actual. Y, en consecuencia, discreparemos también a la hora de dar recomendaciones sobre lo que hay que hacer. O sea, dice Krugman, el consejo de uno de los dos será erróneo. Pero, ¿será también inmoral?
Krugman distingue, con buen criterio, el consejo dado de buena fe y el dado sin esa buena fe. Si ambos hemos estudiado el tema, formado nuestro juicio y elaborado una recomendación de buena fe, ambos hemos actuado bien, aunque uno de los dos (o los dos, digo yo) esté equivocado. No hay nada inmoral en ello.
Pero, añade Krugman, «lo que me preocupa, y debe preocupar también a mis lectores, sobre estos debates es que está claro que muchas veces no hay buena fe», porque muchos economistas y comentaristas siguen una agenda política, o un juego de reputación profesional: «están intentando defender el valor de su capital intelectual. Y esto es realmente un pecado».
De acuerdo con Krugman. Claro que, a menudo, no nos es fácil descubrir nuestros sesgos ideológicos, tan metidos los tenemos en nuestro cerebro. Por tanto, humildad, apertura a la crítica y espíritu de examen, para descubrirlos.
Y también puede ocurrir que solo veamos un trozo de la realidad, y nuestra recomendación sea incorrecta por ser parcial. Aquí la recomendación tiene que ser el diálogo, pero diálogo abierto, sincero,… ¿O estoy pidiendo demasiado?